La merma de la prensa impresa independiente está contribuyendo a que la historia de Venezuela sea contada y escrita de la manera como  los  gobiernos de Hugo Chávez y de Nicolás Maduro lo planearon. Nos están llevando a la desfiguración de los hechos para erigirse como los paladines de la libertad, exponiendo al desprecio a quienes no compartieron o comparten su bárbara ideología.

Según ellos, antes de la revolución chavista la gente pasaba hambre, los pobres eran analfabetas y, en consecuencia, no accedían a la educación. Todo era pobreza, mientras los ricos disfrutaban de la riqueza del país. Desde los tiempos de la época colonial, la gente vivía a la intemperie hasta que llegó la misión vivienda que da casas y apartamentos a todo el que las necesita.

La prensa y los demás medios de comunicación oficialistas sólo publican informaciones sobre el culto a la personalidad a los héroes del 4 de febrero y destacan informaciones sobre ese bienestar, nunca soñado por los venezolanos. La mayor fuente de información son las redes sociales antichavistas, pero existe la limitación de que, por la brevedad de los textos, no se profundiza en la información. De tal manera, que nuestra historiografía está en serio peligro porque, con el tiempo, no habrá fuentes documentales para los investigadores y estudiosos. Las hemerografías son eternas, pero las redes sociales desaparecerán cuando se impongan otros medios y quedarán borradas las que ahora se están haciendo. Ya, ni siquiera, las fotografías familiares tienen salvación porque los teléfonos y aparatos similares saldrán del mercado y no hay repuestos para utilizarlos.

Estas reflexiones vienen al caso porque, en los últimos días, el gobierno nacional se ha dado a la tarea de rendir máximos honores a presuntos héroes  que la camarilla del gobierno considera  que, si vivieran, estarían con ellos disfrutando del poder.

Tenemos el caso de Fabricio Ojeda cuyas cenizas fueron llevadas al Panteón Nacional sin que se hayan cumplido los requisitos establecidos por la Constitución. Sin negarle valor y gallardía al señor Ojeda, hay que decir que, cómo él, hubo y hay miles de venezolanos que lucharon para la caída de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, especialmente los estudiantes y los periodistas, de los cuales Ojeda era el redactor político del Palacio de Miraflores en 1957.

En este culto a la personalidad, el presidente de la República Nicolás Maduro, ordenó por decreto, día oficial, el 1 de febrero, día de fiesta nacional no laborable, por los 200 años del nacimiento de Ezequiel Zamora, como si se tratara de los bicentenarios de los nacimientos del Libertador Simón Bolívar o del precursor de la independencia Francisco de  Miranda.

Zamora es presentado como dirigente popular, primer caudillo de los movimientos sociales en el siglo XIX, pero historiadores de prestigio lo presentan como un bandolero que quemaba pueblos, para apoderarse de sus tierras y que tenía esclavos, entre ellos niños. Recibió instrucción elemental. Nació en Cagua, se trasladó a Caracas y después al estado Guárico, donde comenzó a comercializar con ganado, lo que le permitió residenciarse como pulpero en Villa de Cura, donde se ganó el respeto y la consideración de aquellla extensión llanera.

 

EL CAMBIO DE LA HISTORIA

En 1840 ocurren dos hechos fundamentales en la historia de Venezuela: la fundación del Partido Liberal y la edición del periódico El Venezolano.

El general José Antonio Páez -leemos en el Diccionario Polar- es la cabeza del sector oficial y Antonio Leocadio Guzmán, del Liberalismo, se convierte en jefe de la bandería antagónica.

Zamora se levanta en armas en 1846 con las proclamas “tierras y hombres libres”. “Respeto al campesino”. “Desaparición de los godos”.

El 26 de marzo de 1847 es capturado y puesto a disposición de los tribunales pero se fuga… Luego el general José Tadeo Monagas le conmuta la pena y lo coloca a su servicio para que combata en contra de José Antonio Páez, al cual conduce preso de Valencia a Caracas. En adelante ocupa la comandancia militar de ciudades principales. En 1854 asciende a general y dos años más tarde se casa con Estefanía Falcón, viuda de un propietario extranjero y hermana del general Juan Crisóstomo Falcón. Se retira para administrar las fincas de su esposa en Coro.

Retorna a la vida pública cuando estalla la Revolución de Marzo, en 1858, que con los principales cabecillas del liberalismo lo persigue y lo condena al exilio. Los alzados el 20 de febrero de 1859 reconocen a Falcón como caudillo supremo, con el objeto de ponerse al frente de las operaciones bélicas. El 23 de febrero, Zamora desembarca en La Vela como jefe de operaciones de occidente. Siguen triunfos en El Palito, Yaracuy y Portuguesa. Con mayor fuerza se establece en Barinas para continuar hasta el centro, donde libra la batalla de Santa Inés, en la que derrota al ejército centralista, que es el fundamento de la Guerra Federal como ejemplo de las excepcionales cualidades de Zamora. Pero, antes de dirigirse a Caracas, decide el asalto a la ciudad de San Carlos, donde recibe un balazo en un ojo que le produce la muerte.

Dice el Diccionario Polar que durante la Guerra Federal, aparte de preparar con extraordinaria lucidez la estrategia castrense, Zamora se ocupa de organizar las entidades federales y afinar los mecanismos políticos de la futura nación, sin insistir en la orientación social del principio. Pudo haber sido presidente de la República pero, según la leyenda, lo mandó a matar su cuñado Juan Crisóstomo Falcón, lo que cambió la historia de Venezuela.




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