Elecciones presidenciales de abril 2013. Nicolás Maduro le gana a Henrique Capriles por poco más de 300 mil votos (1,5% del total), sobre 15 millones de sufragios depositados. Capriles no reconoce su derrota, denuncia irregularidades durante y después del proceso (irregularidades que pudieron voltear los resultados), pero no se llega a una revisión confiable de los números. Maduro se queda con la presidencia.

Elecciones parlamentarias de diciembre 2015. Gana la oposición por 2,1 millones de votos (7,7 vs 5,6 millones) y obtiene 112 escaños contra 55 del partido de gobierno (una mayoría de 67%, o 2/3 del total). El régimen chavista, a través del Tribunal Supremo de Justicia, se encarga, para empezar, de eliminar la mayoría calificada al quitarle 3 diputados a la oposición por “razones de fraude”. Luego, el mismo TSJ bloquea todas las leyes aprobadas por la Asamblea Nacional, usurpa sus funciones (el TSJ aprobó hasta los presupuestos de gobierno) y termina por neutralizarla cuando la declara en desacato y autoriza que se elija una Asamblea Nacional Constituyente (ANC). Si uno piensa un poco mal (y es imposible no hacerlo en el caso del chavismo), el resultado de las elecciones de 2015 fue aceptado por el régimen con premeditación, para lavarse la cara y hacerle creer a la gente que en Venezuela es posible que la oposición llegue al poder a través de elecciones limpias.

En octubre de 2016, el CNE suspendió la recolección de firmas y le puso el último clavo a la urna del referéndum revocatorio que había estado organizando la oposición.

Consulta electoral de julio 2017. El apoyo a 3 demandas planteadas por la oposición en un plebiscito consultivo (rechazo a la convocatoria de elección para la Asamblea Constituyente; demanda a las FAN de obedecer a la AN como poder civil legítimo; renovación de poderes públicos y gobierno de transición que convoque a elecciones libres) logra 7,2 millones de votos, en una consulta que se llevó a cabo, en Venezuela y el exterior, sin el aval del CNE. Como era de esperarse, el régimen desconoció los resultados, y de las 3 exigencias del soberano no se ha cumplido ninguna. También llama la atención que las preguntas de la consulta contenían el mantra que empieza por el cese de la usurpación y termina con elecciones libres.

Elecciones ANC de julio 2017. Con unas premisas sacadas del sombrero y una selección bizarra de candidatos, se eligió una Asamblea Constituyente plenipotenciaria que no estaba prevista en ninguna parte del estamento legal de la ya extinta república de Venezuela. La oposición no participó en un evento claramente fraudulento, pero aun así los chavistas se las ingeniaron para sacar 8 millones de votos que nadie vio. Las imágenes con las mesas electorales vacías se publicaron en todos los medios y redes, y según un cálculo conservador se estimó que habrían votado unas 2,4 millones de personas. O sea, se inventaron 5,6 millones de votos.

Elecciones de gobernadores de octubre 2017. En medio de la crisis económica y del rechazo masivo al gobierno de Maduro, y en contradicción con las encuestas independientes que le daban una ventaja de 30 puntos a la oposición, el oficialismo gana 18 de las 23 gobernaciones en juego. En el conteo global, la oposición pierde por 900 mil votos, para quien quiera creérselo. Posterior a los comicios, el gobernador opositor electo en el estado Zulia es despojado de su triunfo por negarse a prestar juramento ante la ANC. Resultado final: chavistas 19, oposición 4.

Elecciones presidenciales de mayo 2018. En unos comicios convocados a destiempo por la ANC ilegítima, Maduro gana con 6,3 millones de votos (67,8% del total) contra 2 millones escasos de Henri Falcón y 1 millón de Javier Bertucci. Debido a las numerosas irregularidades, la oposición –excepto Falcón- se abstuvo de participar y por todas parte del planeta se gritó ilegitimidad y fraude. Los estimados más optimistas calculan que votaron unas 3,6 millones de personas, lo que supone que el régimen se inventó 6 millones de votos.

El CNE venezolano es una organización compleja con más de 10 mil empleados, cuya misión evidente es manipular resultados electorales. Una caja negra que posee tecnología avanzada y múltiples mecanismos para hacer trampa, con asesores extranjeros en todas sus unidades clave, y un equipo de gente afiliada al chavismo que debe ocupar las posiciones técnicas más sensibles. Pretender que un cambio de rectores será suficiente para convertir al CNE en una máquina confiable es, por decir lo menos, ingenuo. Se necesitará un equipo de intervención de cientos de especialistas y un periodo de al menos 18 meses –según fuentes informadas- para desmontar la telaraña y convertir el conteo de votos en un proceso transparente e imparcial.

En función de la historia de los últimos años, y dadas las peculiaridades del CNE, uno se pregunta lo obvio ¿Son posibles elecciones limpias con el régimen chavista en el poder?




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