“Si no luchas ten al menos la decencia de respetar a quienes si lo hacen», José Martí.

Nos dice el DRAE que decencia, del latín decentia , es el recato, la compostura y la honestidad de cada persona. El concepto permite hacer referencia a la dignidad en los actos y en las palabras. Es posible definir la decencia como el valor que hace que una persona sea consciente de la propia dignidad humana.

A pesar que todos tenemos cierta noción del término, en realidad resulta un concepto un tanto abstracto, y puede resultar complicado de explicar; de allí que los psicólogos sociales señalen que la decencia debe enseñarse en todo momento a partir del ejemplo propio, tanto en conversaciones como en los gestos, las actitudes y los actos concretos que reflejen una conducta respetuosa hacia los otros.

Fernando Mires, un acucioso escudriñador de la ciencia política, nos señala que la decencia está mucho más cerca de la práctica cotidiana que la moral. La decencia es siempre decencia con los, y para los demás. Pero ¿cómo conservar la decencia en medio de esa lucha que a veces no da cuartel? La respuesta no puede ser más sencilla: manteniéndonos dentro de los límites de la lucha política.

En el contexto de la política, lo medular no es sólo si la persona es decente, sino sí la línea política que se sigue es la decente y que es por donde han entrado todas las indecencias que terminan por calificar al sistema que rige su desempeño. La indecencia en política significaría en ese sentido traspasar los límites de la política. Y de allí a que consideremos a este sistema como un régimen indecente. La decencia no es sólo una cuestión relegada al ámbito personal, sino que presenta una dimensión social consistente y, por ende, política.
Porque lo que un ciudadano de a pie espera de sus gobernantes es, además de una mínima preparación para el ejercicio de las responsabilidades públicas, un grado de decencia contrastable. Lamentablemente, esta cualidad brilla por su ausencia. Los los episodios de prevaricaciones, sobornos, desfalcos, malversaciones y complicidades inconfesables lo avalan, evidenciando que algunos individuos conocidos con el remoquete de » enchufados» ejercen de marionetas bien forradas, al servicio de tramas de dudosa catadura ética.

Ya hemos despedido cuanto nos quedaba de un país justo, de una nación con ciertos principios morales arraigados así como sus costumbres y atavismos; ahora ni se divisa un rastro de decencia. Ahora nos hemos acostumbrado a ese lamentable panorama de las interminables colas para surtirse de gasolina en en un pais petrolero que contaba con las mayores refinerías de América Latina, como también es parte del paisaje cotidiano observar a cientos de compatriotas hurgar en la basura para mitigar su miserable hambruna. Es difícil imaginar mayor indecencia. No le avergüenza al régimen que los venezolanos no puedan disponer de lo básico para comer o curar sus enfermedades. O como afrontar esta terrible pandemia.

Pero no se trata de apuntalar una concepción pacata o rancia que se paseé de la mano con el acontecer socio-político como tampoco de rebuscados preceptos éticos que pretendan señalar en esta vertiginosa y alocada travesía de este siglo XXI un concepto oloroso a ramitas de vetiver o a naftalina con los que la abuelita Lucrecia preservaba los escarpines y los faldones de aquellos tiempos.

Y menos aún incursionar en un nuevo libro de Carreño adaptado a estos aciagos momentos, sino simplemente indagar, frente a tantos falsos alegatos de igualdad, de justicia y de “hombres nuevos”, a donde fue a parar la dignidad de nuestra sociedad, pues en fin de cuentas, una sociedad decente vendría a ser aquella en la que sus ciudadanos sean tratados como personas, en la cual no se les humille; en donde no se les rebaje su condición humana, pues humillante e indecente es tratar de comprar esa miseria que el mismo régimen provocó.

Decencia, en resumen, es esa cualidad que este régimen y sus secuaces han perdido o nunca han tenido, porque la decencia implica justicia, compasión y humildad, y esos son valores de los cuales esos seres se han desprendido sin ningún remordimiento.
Y para concluir nos permitimos recordar que el término decente viene del latín “decere”, que quiere decir estar bien consigo mismo, punto de partida para emprender la lucha necesaria para recuperar ese país digno y decente que una vez tuvimos.

Manuel Barreto Hernaiz




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