Las enfermedades reumáticas afectan a más de 120 millones de personas en la Unión Europea y alrededor de 11 millones en España. Pasan factura a los huesos, las articulaciones, los tendones, los músculos, los ligamentos y pueden comprometer otros órganos como la piel, vasos sanguíneos, riñón, corazón, pulmones y el sistema nervioso.
Estas dolencias crónicas son más comunes entre las mujeres y su inicio suele solaparse con su edad reproductiva (18-45 años), de manera que algunas acaban por hipotecar su deseo de ser madres. "Una mamá con lupus siempre tiene miedo a qué pasará con su bebé", reconoce Daniela en un vídeo elaborado para la campaña #Hoysípuedo, una iniciativa de la Sociedad Española de Reumatología (SER) para apoyar a las pacientes en edad fértil.
Según el estudio Family Planning in Women with Inflammatory Arthritis: The Patients Perspective, una de cada siete mujeres con enfermedad reumática inflamatoria considera que su dolencia limitará sus planes de formar una familia. Temen sufrir abortos, empeorar, transmitir la enfermedad y no poder atender a sus hijos.
Sin embargo, muchos de estos miedos podrían despejarse con una visita al especialista. "La mayoría de las mujeres con enfermedades reumáticas pueden tener hijos, aunque es necesario planificar el embarazo y contar con un equipo multidisciplinar que sepa abordar las complicaciones que puedan presentarse", ha asegurado María José Cuadrado, reumatóloga de la Clínica Universidad de Navarra, en el marco del del II Curso de edad fértil en EAS y patología inflamatoria crónicaorganizado por la Sociedad Española de Reumatología.
Una búsqueda complicada, pero no imposible
Lo cierto es que no es un camino de rosas. Raquel Lavilla (40 años), de Zaragoza, padece síndrome antifosfolípido (SAF) y ya ha pasado por cuatro abortos. "Siempre he tenido claro que quería ser madre, tenía un gran instinto maternal y a los 37 años decidí por fin buscar embarazo", recuerda. "Poco me duró la alegría del positivo.
Primero tuve un aborto espontáneo precoz. No lo viví como algo traumático; pero un año después volví a quedarme embarazada, llegué a ver el embrión en varias ecografías y, entre la sexta y séptima semana, dejó de crecer. Fue mi primer legrado", cuenta.
No fue el único. Tuvo que pasar por otro más para que terminaran por diagnosticarle SAF, una enfermedad autoinmune. "Me sentía fracasada, y aunque suene fuerte, defectuosa".
Fue entonces cuando mi ginecóloga comenzó a sospechar de que tuviera algún tipo de trombofilia y pidió realizarme unas analíticas", continúa la zaragozana. Las sospechas de su doctora se confirmaron. "Fue una etapa difícil. No sólo tenía que superar el dolor de mis abortos, sino que me enfrentaba a una enfermedad desconocida para mí e incluso también para algunos médicos", admite.
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