Al respecto hay dos posiciones que se podrían calificar de extremas. La que sostiene que América Latina es una región incapaz de ofrecer una vida digna a la mayoría de su población, y en donde lo único razonable es emigrar –Simón Bolívar llegó a suscribir esta posición en relación con la fallida (Gran) Colombia, ya en las postrimerías de su vida.

Y la que proclama que América Latina es el «Continente de la Esperanza», o el mundo del futuro o cosas por el estilo. Entre ambas hay un abanico de consideraciones, que no se dejan arrastrar ni por un pesimismo patológico, ni por un optimismo ilusorio. Me parece que en esas consideraciones se encuentran las realidades que caracterizan a nuestra compleja, accidentada y también apreciada América Latina.

Es más, esas realidades no podrían ser estáticas, sino que son, por definición, dinámicas. Hay épocas en que América Latina luce más ganada al desarrollo social y económico, o a la estabilidad política en democracia; y otras, en que predomina una demagogia delirante, que arruina logros precedentes, e impide que se pueda avanzar el libertad y auténtica justicia.

¿En cuál de esas épocas estamos ahora? En algunos países el siglo XXI ha sido ominoso y, más todavía, destructivo. Venezuela, obviamente encabeza esa lista negra. En otros países la situación durante el siglo XXI ha sido variable. Brasil, por ejemplo, ha tenido largas temporadas de afirmación y no pocas de retroceso. Cuba es un caso perdido, y México se adentra en terrenos de elevado riesgo.

Chile ha preservado sus equilibrios, pero hay un resurgimiento de la izquierda radical con caras mileniales. Argentina es incomprensible hasta para los argentinos. Dicen que allí no hay ni puede haber pluri-partidismo sino pluri-peronismo. Si esto es verdad, y parece que lo es, Argentina seguirá dando bandazos.

Colombia tiene derecho a exhibir importantes impulsos, pero la desigualdad social es una bomba de tiempo. No quiero continuar país por país, pero en general hay un conjunto de éstos, cuya gobernanza refleja lo peor de nuestra cultura política, y otros que nos dan derecho a tener esperanza. Al menos una modesta esperanza.

Tony Blair dice que el curso del planeta dependerá de China, Estados Unidos, India, más atrás la Unión Europea –si acaso, y ya no dice más. Para él, desde luego, América Latina no figura en ningún radar que sea auspicioso. Para él y para gran parte de los expertos que se la pasan analizando las posibilidades de las naciones o economías emergentes.

La viabilidad de América Latina está comprometida. Ciertamente. Pero lo ha estado la mayor parte de su historia «independiente». ¿Eso puede cambiar? Sí, si puede. Pero el esfuerzo para alcanzar cambios fructíferos y duraderos, en lo político, lo económico y lo socio-cultural –sobre todo en lo socio-cultural–son de marca mayor y de una gran exigencia.

Hay conjuntos nacionales en determinados países que lucen dispuestos a encarar semejante desafío. Ojalá que sea así, y que puedan servir de ejemplo para que la viabilidad sea un signo reconocido de América Latina.

flegana@gmail.com




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