Eliminar el odio a través de una ley es inverosímil, cuando los propulsores de esa norma legal son algunos de quienes proliferan o han amparado ese sentimiento en cada discurso expresado públicamente  en cadena nacional por radio y televisión. El expresidente Hugo Chávez fue un experto en sembrar la repulsión entre los venezolanos. Con él, los pobres aprendieron a odiar a los ricos por creerlos culpables de sus desgracias económicas. En cada aparición en los medios de comunicación audiovisuales, su arenga siempre estuvo cargada de repulsión hacia el opositor interno y externo. Su verbo siempre fue repulsivo hacia quienes fueron contrarios a su ideología política y hacia todo lo que olía a imperio norteamericano, al cual, en todo momento, catalogó como su enemigo. Nunca pronunció una frase amorosa hacia quienes consideró  sus enemigos políticos. Al contrario, su odio se acentuaba cada vez que mencionaba sus nombres.  A Manuel Rosales lo bautizó como el “desgraciao, el  desgraciaito” y no conforme con eso, le ofreció cárcel, mientras que a los amantes del imperio norteamericano y a muchos de quienes nacieron y viven en ese país de América del Norte los tildó de “pitiyanquis de mierda” o les endilgaba otro epíteto que no transmitía amor ni perdón por el simple hecho de ser estadounidense o admirador de Estados Unidos.

Chávez se creía con  poder para insultar y vejar a cuanto persona considerara un obstáculo para implantar y consolidar su proyecto pro comunista, conocido como el Socialismo del Siglo XXI. Se caracterizaba por  expresar una verborrea cargada de un mortal veneno emocional, aunque tenía como amuleto a un crucifijo que siempre  mostraba en señal de que profesaba el cristianismo, mientras lo besaba y volvía a guardar en el bolsillo de su camisa. Ese Cristo apostado en una cruz era para el ex primer mandatario ya fallecido como su símbolo, más no su guía, porque cuando insultaba y vejaba a sus detractores nunca recordaba que Jesús fue ejemplo de amor, templanza y entrega a cada ser humano que se cruzó en su camino, durante su estadía sobre la tierra.

También se olvidaba  sus sabias enseñanzas dadas en relación con el perdón. E igualmente, quizá ignoraba  lo que la biblia dice en el libro de Romanos sobre el trato a los enemigos, a los cuales se les debe dar de de comer y de beber, más no mancillarlos ni física, verbal ni sicológicamente, sino cobijarlos y llenarlos de amor para transformarlos en hombres nuevos, con un corazón puro y santo.  No se puede pagar mal por mal, sino borrar el mal con el bien. Chávez jamás colocó la otra mejilla como lo hizo Jesús, sino que sembró e impulsó la venganza como un medio de ataque para  sus contrarios. Por eso, a quienes se atrevieran a manifestar en contra de una medida dictada desde su despacho gubernamental, les respondía no con la palabra calma para bajar el enojo, sino con “gas del bueno”.

Con ese verbo cargado de odio y vaciado de todo amor y tolerancia, Hugo Chávez Frías sembró en muchos  de sus potenciales seguidores el desprecio por quienes no creían en su proyecto político y la intolerancia hacia quienes ideológicamente no comulgan con la revolución bolivariana. De hecho, dos categorías lingüísticas manejadas en el argot de las ciencias política, los de la izquierda y los  de la derecha, fueron impuestas para diferenciar a un venezolano del otro,  lo cual fragmentó el tejido social y ha hecho insostenible la convivencia entre unos y otros, hasta el punto de que en muchos sectores del país, se le impide a los opositores transitar, porque supuestamente es un territorio meramente chavista, como es el caso del municipio Libertador de Caracas.

Un patrón de conducta reproducido por su sucesor y heredero del poder. Nicolás Maduro ha profundizado la brecha comunicacional entre los pobres y los ricos, hasta el punto de contar con colectivos armados para amedrentar a quienes piensen distinto a los socialistas. Para lograr la repulsión entre los necesitados y pudientes, inventó el fenómeno de la guerra económica, la cual, según  él y todos los personeros de su gabinete,  es dirigida por los representantes  de la oposición venezolana, bajo el auspicio y el control de los funcionarios del gobierno norteamericano para tumbarlo del poder y negarle los alimentos y las medicinas a la población, cuya dignidad ha sido golpeada brutalmente durante los últimos tiempos, gracias al populismo y la demagogia usadas por los revolucionarios para “gobernar”.

Bajo esa premisa no escucha las demandas de la población hambrienta y enferma cuando protesta en contra de sus políticas hambreadoras, sino que activa todos los mecanismos de seguridad del Estado para enfrentarlos, hasta con armas de fuego, e impedir que levanten su voz en su contra o en contra de su gestión. Sin pensar en el amor y el daño a sus semejantes, funcionarios de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y de  Policía Nacional Bolivariana, así como los colectivos armados y demás grupos paramilitares apretaron los gatillos de armas de fuego,  lanzaron gases lacrimógenos y otros objetos contundentes con total frialdad y alevosía para silenciar para siempre a quienes se atrevieron a salir a las calles durante cuatro meses para protestar por la falta de comida, medicinas,  inseguridad,  desempleo y la imposición de la Asamblea Nacional Constituyente.  No obstante, solo lograron acabar con los sueños de aproximadamente 140 venezolanos, la mayoría jóvenes que jamás pensaron que el odio sería el detonante que acabaría con sus vidas.

Con odio no se puede gobernar ni conducir un país, pues sería el exterminio de  esta  nación en otrora democrática, fundamentada en los principios de la hermandad, solidaridad, nobleza, respeto y responsabilidad, entre otros valores que en el mundo hacían sobresalir a los venezolanos por su integridad y amor al prójimo. El odio no es la mejor arma para dirigir ni una familia, mucho menos un Estado,   porque además de adversar al amor y la amistad, éste genera aversión, sentimientos de destrucción, destrucción del equilibrio armónico y ocasionalmente autodestrucción, razón por la cual el odio no se justifica desde el punto de vista racional, porque atenta contra toda posibilidad de diálogo y construcción común. Seguramente por eso, los supuestos diálogos establecidos entre personeros del gobierno y de la oposición no han dado ni  darán resultados positivos y proactivos para toda la población, pues mientras entre ambos bandos no exista el perdón y el reconocimiento del otro no se avanzará hacia el entendimiento y la racionalidad ni privara el interés nacional sobre el individual.

Y el odio se muestra cada vez que el Jefe del Estado pierde su investidura presidencial al calificar al adversario de “pelucón”, “apátrida”, “fascista”, “neofacista” u otros tantos descalificativos que solo pueden salir de un corazón cargado de rencor y desamor hacia el prójimo, porque “de la abundancia del corazón habla la boca”, dice la palabra. Por eso, el hecho de que desde el oficialismo se redacte, a través de  la Asamblea Nacional Constituyente, una Ley en Contra del Odio, es como muy subjetiva en sus criterios, pues un grupo de constituyentista uniformados en un solo pensar e ideología no tienen capacidad para hacer un análisis holístico del comportamiento de todos los venezolanos, razón por la cual esa norma pareciera que es como una regla legal socialista para perseguir y amedrentar a quienes no sean afines con los preceptos y conceptos establecidos en el Plan de la Patria. Es como legalizar la inquisición para silenciar a quienes piensen  diferente de quienes controlan el Poder Ejecutivo Nacional, porque si no fuese así sus creadores comenzasen por enjuiciar a quienes gestaron el odio entre los venezolanos y a quienes hoy, gracias al poder poseído,  continúan lapidando verbalmente a sus detractores, en programas de televisión políticos, cuyo lenguaje y mensaje no son aptos para menores de edad ni para educar. El ejemplo debe comenzar por la casa. Por consiguiente, esa ley debería comenzar por aplicársela a quienes desde las altas esferas del poder exacerban a los demás y siguen sembrando semillas de odio, separación y repulsión. Entonces cabe preguntarse es la  Ley Contra el Odio, cuchillo para la garganta de oficialistas?




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