En la presentación del libro SOS Venezuela de Laureano Márquez, en Madrid, una de las asistentes planteó sus inquietudes sobre el papel que podía jugar cada ciudadano, tanto dentro como fuera del país, para recuperar lo que una vez se tuvo y se derrochó, desperdició y vaporizó durante las casi dos décadas de revolución chavista ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo se reconstruye la sociedad? ¿Cómo se crean bases sólidas para que la sociedad no pase por lo mismo? ¿Hay que hacer borrón y cuenta nueva? ¿Por dónde comenzamos?

Preguntas obvias pero complejas, a las que solo se pueden dar respuestas aproximadas, tentativas, optimistas o pesimistas, pero siempre cubiertas por una niebla de especulación. La destrucción ha sido tan intensa y tan extensa que no sabe uno por dónde comenzar. La macroeconomía, la crisis humanitaria y el hampa desbordada, por mencionar solo algunas catástrofes, son de una urgencia tal que deberán ser atendidas de inmediato cuando los rojos se vayan. Pero así como hay asuntos que tendrán que esperar por un cambio de gobierno, otros temas deben abordarse desde ya, sin esperar a que llegue la primavera.

Son muchas las asignaturas pendientes que tienen los venezolanos, empezando por mostrar un interés genuino en la historia, la reciente y la de más atrás, para no repetir errores y esquemas que solo trajeron guerras y miseria. Pero sobre todo, la gente tiene que emprender un esfuerzo de introspección y autocrítica que le permita entender por qué le regaló el país a un golpista fracasado. Y de dónde salieron los compinches que heredaron y profundizaron el desastre.

Las explicaciones no son simples, no solo por su densidad sino por el hecho de que involucran a todos los ciudadanos y residentes de un país que se destruyó a sí mismo. La cultura dominante en Venezuela, desde que hay registros investigados con base científica, por allá en la década de los 30, hasta el día de hoy, muestra una sociedad enamorada del poder, de los poderosos y de los caudillos. Una sociedad que celebra el fracaso, abierta pero permisiva, con estructuras débiles e instituciones invadidas por criterios personales. Un pueblo mal informado e ingenuo, a todos los niveles, sin interés por su país y deslumbrado por el mundo de afuera, que quiere aplicar soluciones suizas a los problemas de Manicuare. Un soberano que no quiere mirar hacia adentro y que culpa a los demás de sus propios errores.

La gente busca explicaciones y salidas, pero es harto frecuente que apunte en la dirección equivocada. Al final, sucede que muchos se consideran parte de la solución, y muy pocos saben que pueden ser parte del problema.




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