“La incapacidad de abrirse a la esperanza es lo que bloquea la confianza y la confianza bloqueada es la razón de los sueños arruinados.” Elizabeth Gilbert

Tanto para los sociólogos como para los psicólogos sociales la confianza es una hipótesis que se realiza sobre la conducta futura del prójimo. Se trata de una creencia que estima que una persona será capaz de actuar de una cierta manera frente a una determina situación. La confianza supone una suspensión, al menos temporal, de la incertidumbre respecto a las acciones de los demás. Y se hace menester reconocerlo: todo proyecto político, social, personal, económico, relacional, incluso existencial depende completamente de la confianza. La amalgama que une todas las relaciones es la confianza… y la confianza se basa en integridad.

Escuchar en la calle, en tertulias y reuniones; o leer en las redes o en los medios de comunicación que los ciudadanos desconfían y han dejado de creer en los políticos, no es ninguna novedad.

El desconcierto y la angustia que hoy vivimos son síntomas de una ruptura profunda en la estructura de nuestra sociedad; esta estructura es la confianza. En efecto, atravesamos la peor crisis de confianza en mucho tiempo, tal vez la más profunda desde que la confianza se mide. Lo preocupante del asunto es que sabemos bien que una crisis de confianza puede desencadenar fácilmente una crisis política de peligrosas consecuencias. El debilitamiento de las organizaciones políticas trae consigo que la indispensable oposición al régimen se torne más frágil, fragmentada y volátil, y esa es una realidad que estamos evidenciando.

Vivimos en una sociedad con graves carencias democráticas pero con una madurez política demostrada. Para que la sociedad confíe en aquellos que lideran la lucha por recuperar nuestro país hay que hacerla protagonista de la vida política.

El problema es que la confianza no se recupera de la misma manera en que se recuperan otras cosas, hay que ganársela. De alguna manera, cuando se habla de recuperar la confianza suele tenderse a trasladar el problema; por supuesto: la sociedad no confía, pero eso no es culpa de la sociedad, es culpa de quienes no son confiables. Ya lo apuntaba el ensayista Joseph Joubert, al distanciarse, al ver los exceso de la Revolución Francesa: “Es preciso considerar el pasado con respeto y el presente con desconfianza si se pretende asegurar el porvenir”.

Para poder recuperar la confianza de los ciudadanos, lo primero que deben hacer los partidos políticos es saber por qué la han perdido. Qué espera la sociedad de ellos y qué pueden ofrecer. Esta larga y dura crisis que atravesamos y los escándalos de corrupción que han sacudido a buena parte estamento partidista explican gran parte de la desafección ciudadana. No basta con llamar a recuperar la confianza, es necesario reconstruirla con acciones reales. No es posible seguir convirtiendo a los partidos en microempresas electorales, agencias de distribución de cargos públicos y apropiación de recursos del estado. Los partidos tienen que reinventarse, mostrarse talentosos para reclutar a nuevos cuadros, generando la capacidad de recibir a las nuevas generaciones de políticos. Tal como lo anotase recientemente el buen amigo Eddie Ramìrez: “Para salir de la dictadura es imprescindible volver a tener confianza en los dirigentes de los partidos. Estos deben reconocer errores, hacer propósito de enmienda, escuchar a la sociedad civil, desprenderse de ambiciones personales y de militantes corruptos”

Tenemos así la necesidad de contar con partidos serios y fortalecidos, y ello en buena medida puede partir desde su interior mismo, procurando que el ciudadano tenga la capacidad de influir en las decisiones que le conciernen.

Por los momentos, no hay arenga que estimule ni propaganda que genere esperanzas. Tan sólo se evidencia el cansancio, el hastío y la indignación. Por ahora, abunda la opinión de los cansados, obstinados y desmoralizados que desde hace un buen tiempo tranquilizan sus conciencias y se evitan cualquier enfrentamiento diciéndose a sí mismos que la verdad al fin se impone por sí sola y que existe una justicia inmanente. Pero olvidan que la realidad es bien diferente: para descubrir la verdad hay que develar la realidad, tarea difícil y pesada.

Así las cosas, y para concluir, nos permitimos colocar una vez más, una sentencia de Edmund Burke que no pierde vigencia:… “Ningún grupo puede actuar con eficacia si falta el concierto; ningún grupo puede actuar en concierto si falta la confianza; ningún grupo puede actuar con confianza si no se halla ligado por opiniones comunes, afectos comunes, intereses comunes”.

Manuel Barreto Hernaiz




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