En los lejanos estudios de derecho penal, recuerdo con interés toda la doctrina en relación con la proporcionalidad en la defensa, en cómo se dictaminaba que el exceso (siempre el exceso) incluso en la defensa, hacia desparecer los atenuantes y hasta la no imputabilidad en algunos casos. También nos enseñaron como la saña, la alevosía, la premeditación, la ventaja y actuar investido de autoridad eran agravantes a la hora de imponer una pena.

Todo el derecho civilizado consiste en establecer equilibrios en una sociedad en donde no los hay. No en balde, la justicia se representa con una mujer de ojos vendados con una balanza en la mano y una espada en la otra.

La evolución de las normas en el mundo civilizado ha llegado a establecer que hay débiles y fuertes jurídicos en una relación. Considera, por ejemplo, al reo, débil cuando se establece que se le pueda aplicar la irretroactividad de la ley, si se trata de disminuir o eliminar una pena. La máxima: “in dubio, pro reo” o “in dubio, pro operario” o “in dubio, pro súbdito”, supone que en caso de dudas, la justicia debe optar por el más débil.

En Venezuela, creemos que es indiscutible que en la relación Regimen-Oposicion hay una asimetría indudable y una relación que no podemos de calificar sino de agresor con agravantes y su víctima.

De allí, que resulta difícil entender posiciones de cierto sector que se reclama de la oposición, de acuerdo con la cual, la responsabilidad y en consecuencia las demandas a la dictadura y a la oposición pueden equipararse. ¿Cómo es posible que pensemos que es igual la victima que el verdugo; los perseguidores que los perseguidos; los carceleros que los presos? ¿Cómo podemos equiparar las responsabilidades sobre el desastre de país que tenemos?

¿La oposición ha cometido errores? ¡Sí!, demasiados para mi gusto, pero ello solo nos debe llevar a sugerir, presionar, exhortar, exigir (el verbo que más nos cuadre) a que esos errores se debatan y se superen. Por cierto que, en este tema, (el de los errores) como en casi todos en la vida, es muy difícil que alguien pueda tirar la primera piedra con solvencia y justificación. Vamos a recurrir al tópico y al socorrido argumento de “pasar la página” y al no menos infausto lugar común del “La historia nos juzgará”

Pero en este tema, es decir, en el de la consideración igualitaria entre dictadura y oposición si hay un hiato, una diferencia de método. No es una diferencia táctica como el tema de ir o no ir a votar. Se trata de un tema de la mayor importancia para poder labrar caminos de entendimiento entre quienes nos llamamos opositores.

Vamos a analizar, por ejemplo, el caso de las vacunas que es explicativo de lo que queremos señalar. Veamos:

Todos saludamos con entusiasmo que se hubiese llegado a un acuerdo. Lo celebramos, como hubiéramos celebrado que Maduro hubiese dejado entrar la ayuda humanitaria por el Táchira; que no hubiese saboteado el programa de Héroes de la Salud y tantos otros episodios relacionados con la ayuda humanitaria. En todas las guerra se producen acuerdos para que la Cruz Roja recoja los heridos, deje pasar suministros, se atienda a la población civil etc. Cosas, con las que este régimen es absolutamente insensible e indiferente.

Pues bien, con el tema de las vacunas se LLEGO A UN ACUERDO (Mayúsculas ex profeso) para activar el mecanismo COVAX con el que en el mundo entero se ha logrado hacerlas entrar en los países. Es el caso, que una buena mañana, nos despertamos y nos enteramos que el régimen ROMPIA (otra vez mayúsculas ex profeso) el acuerdo y no dejaría entrar las vacunas, con el argumento estúpido de que eran de la farmacéutica Astra Zeneca. Ese mismo día, nos enteramos igualmente que las cubanas (que no están aprobadas por nadie porque están en experimentación) y las rusas si entrarían por iniciativa del propio gobierno, burlándose del acuerdo.

Está bien, hasta aquí, nada sorprendente. La crueldad de un régimen que le ha importado poco la suerte de los ciudadanos ya no nos asombra. Sus frases: “no pateo perro muerto”; “Franklin Brito huele a formol” “el Cardenal Castillo Lara se debe estar pudriendo en el infierno”, siempre nos han dado la medida de cuanto nos desprecian y cuanto están dispuestos a hacérnoslo saber.

Lo que no podemos comprender es como, haciendo caso omiso de esta realidad, una parte de la oposición regresa inexplicablemente a la tesis de que “hay que ponerse de acuerdo para que entren las vacunas; o peor aún, “no se debe politizar el tema de las vacunas” pasando por alto o mejor dicho, aún más grave, pasando por debajo de la mesa el gesto inaceptable del régimen y sin hacer mención de la patada a la negociación donde nos habíamos acordado.

Esta es la versión, en “modo vacuna”, de la tesis que promulga (y que nos separa de manera ostensible) que, en el fondo, somos culpables de la conducta del régimen porque siempre estamos exigiendo algo que éste no nos quiere dar. Que nos tratan mal, porque no nos portamos bien. Es el síndrome que desgraciadamente acompaña a la mujer maltratada que piensa que es su culpa que el marido la maltrate. Que si cocinara más sabroso y planchara mejor las camisas, entonces el maltratador, no le pegaría.

¿Hacer acuerdos? ¡Por supuesto!, todos los que haya que hacer, no solo sobre la emergencia humanitaria, sino también sobre temas políticos y sociales. La política es el arte de lograr acuerdos para hacer prevalecer el bien común.

Pero de allí a “pedir una tregua”, cuando quienes agreden, están armados y reprimen son ellos, hay un trecho muy grande. Los episodios de violencia indeseada, como todas las violencias, se desencadenan normalmente desde el poder y luego vienen las espirales que nadie puede parar.

Claro que es necesario el acuerdo humanitario de las vacunas. Y ese acuerdo está concluido. No hay que hacerlo de nuevo. Es que ya lo hicimos. Lo que hay que pedir con fuerza es que el régimen regrese a él y no pedirlo, como si no se hubiera hecho.
En este caso, la simetría es una gran injusticia.




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