En medio de la crisis de la verdad, el chavismo busca de manera frenética algún mecanismo para sustentar su narrativa a así justificar su absoluto fracaso, así el discurso cacofónico se ha simplificado en miles de simplificaciones que buscan recalificar la ausencia de combustible con la tesis del sabotaje, la falta de gas doméstico con las sanciones y las fallas de electricidad y agua potable con acciones desestabilizadoras. El discurso de la posverdad busca hacer quebrar la racionalidad, simplificar a lo mínimo la inmensa crisis multifactorial que atravesamos.

La verdad de todo este desastre subyace en el efecto acumulado del modelo que concibió Hugo Chávez y que continuo Maduro. Nicolás Maduro, es un replicador del legado de herrumbre de su predecesor a quien decidió llamar padre, a los fines de lograr una legitimidad que nunca cristalizó y que subyace sobre bayonetas.

Esta tragedia comenzó en 1998, cuando Chávez diseño desde un caleidoscopio informe de tendencias retrogradas y atrasadas, de la izquierda más troglodita y atrasada que además incluía aspectos propios de las propuestas fascistas de Ceresole. En 2004 Chávez se decanta por el modelo estalinista cubano, este es el periodo de las expropiaciones de tierras,  haciendas y fincas, a los fines de establecer una suerte de modelo de redistribución de la tierra como si en lugar de estar en el Siglo XXI, aún estuviéramos viviendo los estertores de la Guerra Federal en 1859, así se cumplía la predicción del Dr. Olavarría: “ Venezuela jamás entrará en el siglo XXI, por el contrario se mantendrá en el caudillismo del siglo XIX”, jamás alguien predijo nuestro infeliz y colectivo destino, con tanta preclaridad. Para 2007 Chávez crea el Estado Comunal, un órgano supraconstitucional, indefinido y voraz, que estatizó y quebró a muchas empresas de sectores claves de la economía, el petrolero, el agroalimentario, el de energía eléctrica y además creó empresas públicas de todo tamaño, generando una hipertrofia del Estado que acabaría quebrando y vaciando al propio Estado.

Durante el periodo del chavismo, Venezuela recibió la cifra de 950 mil millones de dólares, dinero este que no se invirtió para nada en la resolución de ningún problema social, por el contrario abonaron el terreno para la perpetración de la peor cleptocracia de nuestra historia, en 2009 Hugo Chávez decretó la emergencia eléctrica y la Asamblea Nacional, de corte oficial le entregó la cifra de 20 mil millones de dólares para el desarrollo de la termoeléctrica, dinero que no se invirtió y hoy el país vive en tinieblas, con fluctuaciones de tensión que deterioran equipos y redes eléctricas privadas, bajo la morada cómplice de un Estado responsable de esta situación, pero que busca excusas en medio de la irracionalidad, las cuales van desde ataques con francotiradores, hasta pulsos electromagnéticos que atentan contra los controles de la hidroeléctrica del Gurí.

En medio de la neolengua, la crisis de la verdad y la imposibilidad de debatir con un contra discurso apropiado la sociedad sufre en medio de esta innominada situación, las emergencias económicas han sido decretadas de manera violatoria de la Constitución desde el primer año del gobierno de Maduro, vivimos pues en estado de emergencia, nadie solicita cuentas a un régimen capaz de dilapidar la suma astronómica de casi un billón de dólares y quintuplicar la deuda externa actualmente debemos casi 150 mil millones de dólares, tampoco somos capaces de producir gasolina o gas, nuestras refinerías son un monumento a la incapacidad, trabajan a menos del 10% de su capacidad y solo producimos 450 mil barriles de petróleo, de los cuales solo 100 mil generan caja, de 21 mil millones de dólares en 2019, pasamos a facturar menos de dos mil millones. El tipo de cambio fácilmente podría cerrar sobre el millón de bolívares y con esta realidad, la moneda y el salario están pulverizados.

Nuestra emergencia subyace en el 97% de la población que es pobre de ingreso y en el 80% que no puede comer, tal es la crisis que el hambre sorprende a nuestros ancianos en el interior de sus viviendas, un cuadro cruel y terrible, que nos recuerda que no existe normalidad, no hay estabilidad y la falsa normalidad es una trampa de la tiranía para mantenernos atados y sometidos a este horror. No aceptemos como valido el mensaje de falsa normalidad impuesto, la idea es mantener clara la conexión con la verdad y la racionalidad.  Estos tiempos brutales nos compelen a vivir en la verdad, nos obligan a mantenernos lejos de la levedad ante el horror. Debemos a diario de preguntarnos y responder como llegamos a estos lodos, a este fracaso colectivo y grupal, llegamos de la mano de un conjunto de ideas retrogradas y anacrónicas, replicadas por una maquinaria para mentir.

 

“Vivir no es otra cosa que arder en preguntas”

Antonin Artaud.

 

 

 

 

 




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