Es curioso que los plazos de la dinámica política venezolana, sean, por lo menos de término medio. Y otros de términos largos, muy largos. Es curioso, lo que no significa que sea casual.

Lo que sí parecen significar esos plazos, es que no hay mucho sentido de urgencia, que digamos. En condiciones de relativa normalidad democrática, eso se puede entender y hasta calibrar en su aspecto positivo. Pero en un país despeñado en una catástrofe política, económica y social, esa falta de sentido de urgencia es un factor que colabora en el continuismo.

En algunos casos será de manera deliberada, aunque insidiosa; en otros, puede que prevalezca una buena fe envuelta en cansancio o en escepticismo o en resignación.

Sea lo que fuere, el dramatismo cotidiano de la supervivencia de la abrumadora mayoría de los venezolanos, reclama un ánimo de urgencia que muchos voceros políticos se resisten a ofrecer. Esto no es de ahorita, durante gran parte del siglo XXI ha sido así. Y lo más grave es que lo sigue siendo.

Maduro y los suyos se frotan las manos. No les gustan las urgencias porque su juego es una tramoya interminable, cuyas reglas, las ponen y quitan a su conveniencia.

Y mientras tanto que las élites políticas juegan a la seudo-democracia, los venezolanos que pueden irse se van, y muchos de los que no, tienen a la emigración como un horizonte. Ojalá y en Venezuela se acabara el «mientras tanto» que tanto daño ha hecho, hace y hará, mientras dure…




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