“Las lágrimas son palabras que necesitan ser escritas” Paulo Coelho.

Mi país llora, su gente está triste, confundida y temerosa. La ineludible realidad de lo que nos envuelve, brumosa, densa y tensa, hace que vivamos con un nudo en la garganta. Ese país donde se dice “palante es pa llà” pero ahora tal expresión señala otros horizontes, ese país de la vernácula arepa, otrora redondo condumio que ahora se nos ha puesto cuadrado.

Los hogares desmembrados de cientos de miles de compatriotas cierran habitaciones vacías de vástagos, pero llenas de sus recuerdos. Cuanta tristeza, a pesar del sosiego que da el saberlos a cierto resguardo de este marasmo que limita aspiraciones y confisca futuros.

Venezuela, nuestro país, llora por esos niños que mueren al nacer pues ni siquiera llega el suero que pude recuperar la fragilidad de sus vidas desamparadas por la criminal negligencia de no recocer una realidad palpable, ineludible, grosera e irresponsable: negar ese clamor por ayuda humanitaria. Ni siquiera cientos de oraciones pueden socorrerlos en su evitable estado agónico, y debemos reconocerlo, menos lo podrá palabras como las que acá balbuceamos.

Aquí el dolor nos llega hasta el espíritu…como le llega al médico del desvencijado hospital que se embragueta en esa cotidiana lucha con la muerte, casi siempre llevando las de perder, pues no dispone de los imprescindibles insumos médicos para dar la pelea como se debe… hace tiempo los anestésicos desaparecieron, luego se aguanta y se llora el dolor; los antibióticos son incomparables, se aguanta y se pudre la infección. Años en llanto lleva nuestro país, desde aquellos violentos alaridos de “Patria o Muerte”, que exaltaban el desprecio a la vida, que propiciaban el crimen de calle y barrio, o cobarde y canalla gavilla política.

Llora nuestro país por esos cientos de jóvenes, que con ideas libertarias, coraje y nobles principios, cayeron por la criminal represión de este gobierno totalitario… Entre la triste diáspora y esta absurda masacre actualizamos a Rubén Darío con su verso vigente: “Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver! Cuando quiero llorar, no lloro… y a veces lloro sin querer…”

Llora con amargo desconsuelo mi país; pues le inocularon los virus de la indefinición, el escepticismo y la corrupción. Le contagiaron con odios y resentimientos, le aturdieron con la manipulación de sus hijos en cuanto a las decepciones, frustraciones y emociones, con la expresa finalidad de encauzar los descontentos, pretendiendo la atención, buscando silenciar la realidad del impacto moral y socio-económico que le terminó de postrar, y desconsoladamente, llorar.

Tal vez tanta tristeza, tanto desencanto y tanto dolor nos lleven a pensar que no hay salida, que somos una nación sin esperanza, porvenir o destino; quizás no exista un pañuelo tan grande y limpio que alcance a enjugar tantas lágrimas; entonces, llorar, si, pero de pie, luchando.

Se dice que el llanto tiene su razón y es de todos sabido que es muy liberador; este país que lleva años llorando, de muchísima tristeza, pero también de indignación, de coraje y de rabia, por este país que hoy tenemos pero que así ni lo queremos ni lo merecemos, bien vale la pena secar esas lágrimas, sin temor ni dudas, con el recuerdo de todos esos jóvenes que dieron lo mejor de sí – sus propias vidas – abonemos la tierra de donde brotaran esas semillas del porvenir que anhelamos y con esas lágrimas aún contenidas, reguemos de esperanza a nuestro desconsolado país.




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