El periodista Daniel Pabón, del diario La Nación, mostró en una crónica cómo es el día del exalcalde de San Cristóbal, Daniel Ceballos, que mañana 19 de marzo cumple dos años preso, acusado por el Gobierno venezolano de rebelión civil en el marco de las protestas antigubernamentales que iniciaron en febrero de 2014.

A continuación la nota completa publicada en el portal web de La Nación

Daniel Ceballos vive en un limbo. Si bien goza del beneficio de casa por cárcel, que le permite habitar un apartamento de 90 metros cuadrados, cada vez que lo trasladan al tribunal de su juicio recuerda que nunca ha dejado de estar preso desde el atardecer del 19 de marzo de 2014, hace dos años. Sus días transcurren entre dos rutinas.

La primera rutina se cumple cuando el exalcalde de San Cristóbal debe asistir a audiencias. Hace año y medio empezó un juicio penal en su contra por la presunta comisión de los delitos de rebelión civil y agavillamiento, en el contexto de las protestas o llamadas por el gobierno “guarimbas” de 2014. Ahora se desarrolla la ronda de declaraciones de testigos de la defensa.

Es lunes 14 de marzo y está por empezar un traslado, el más reciente hasta ahora, del apartamento al tribunal. Son las 8:00 de la mañana. Un agente del Sebin toca la puerta y le informa que le espera una nueva audiencia de juicio. Se alista y, media hora después, llegan al edificio tres motocicletas, dos camionetas y una decena de funcionarios de inteligencia.

El recorrido transcurre con evidente seguridad. No van directo al Palacio de Justicia, sino que antes hacen escala en la sede del Helicoide, donde cambian a Ceballos de la camioneta a un camión blindado; una suerte de cárcel móvil. Buscan más detenidos. Ese lunes le tocan como compañía los 11 imputados por los asesinatos del diputado Robert Serra y su asistente, lo que implica que dialogará con, por ejemplo, un joven de apellido Torres y con el mismísimo alias “El Colombia”.

Todos a bordo. La caravana, que ahora se reforzó con más funcionarios, va en dirección al estacionamiento del Palacio de Justicia, en pleno centro de Caracas. Llegan a un sótano. Los hacen descender y, escoltados, ingresar al área de calabozos. Se trata de dos pasillos con unas 40 celdas a cada lado. La de Ceballos siempre ha sido la última a mano izquierda.

Dicen que lo que más caracteriza este sitio son los malos olores. Tras esas rejas marrones, el ingeniero agrónomo toma conciencia de que sigue siendo un preso. Pasa más de una hora de conversaciones, anécdotas, preguntas y respuestas entre los reos, hasta que un alguacil suelta un anuncio: todas las audiencias han sido diferidas, menos la de Ceballos.

Lo buscan, toman control de su custodia y lo suben unos seis pisos, hasta la sala de juicio. Este día no hay testigo, por lo que el opositor de 32 años toma la palabra para recordar que, a cinco días de que se cumplieran dos años de tránsito por lo que comparó con un desierto, podía decir que “ha valido la pena”. La juez fijó la próxima audiencia para el 7 de abril.

Al retornar a los calabozos, el alguacil nuevamente lo entrega a la comisión del Sebin. Los presos por la causa de Serra aguardaban su llegada para volver a abordar el camión de alta seguridad que los devuelve al Helicoide. De ahí Ceballos sigue solo hasta el apartamento.

Otras veces, el dirigente del partido Voluntad Popular ha podido compartir calabozo con los también tachirenses Gerardo Carrero, Rosmit Mantilla, Juan Giraldo, Renzo Prieto, Jhosman Paredes y Gregory Sanabria. Los acompañamientos durante las esperas siempre son una sorpresa.

La segunda rutina transcurre en ese apartamento donde cumple arresto domiciliario, al este de Caracas. Vive jornadas de disciplina. Su mente, se infiere, está enfocada en una visión de seguir sirviendo al país. Su corazón, se siente, sube y baja cargado de emociones. Su cuerpo, se observa, ya está adaptado a los entrenamientos físicos de los ejercicios y mentales del yoga.

La palabra yoga aparece dos veces escrita en una pizarra acrílica llena de tareas pendientes, anotaciones y recordatorios. Frente a ella, Ceballos come rápido; se alimenta lo mejor posible con los platos que le prepara Marisela, su “compañera de celda” -le dicen bromeando- o asistente en las labores del hogar. Aunque él sabe cocinar, prefiere que la señora lo haga. Y con su voz como guía, la comida se bendice antes de probar bocado.

También lee. En una pequeña biblioteca caben desde clásicos de la literatura hasta la Biblia. Dibuja bastante: a sus hijos, caballos, próceres. Cuando autorizan los ingresos, aprovecha el tiempo para disfrutar de la compañía de familiares y amigos. Cuida unos peces que danzan por una pecera dispuesta junto al televisor. Y cada vez que puede, toca cuatro y guitarra.

El exalcalde y también exdiputado prefiere no emitir declaraciones. Dos años después de su detención, entre esas paredes blancas se le escucha reflexionar que las cosas pasan para bien, para mejor. Y que mientras se pueda respirar, aunque aplastados por el peso del poder, es posible triunfar sobre la adversidad.




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