Esta realidad no es exclusiva de ese supermercado. (Foto Andrews Abreu)

Dayrí Blanco || Litzy Sanz Nava

«¿Que llegó?, ¿para qué es esta cola?», preguntó con el verbo apurado Lorena Peña a las puertas de un supermercado en la avenida Bolívar de Valencia. Pero la aglomeración de personas obedecía a que el servicio de blindados estaba buscando la remesa correspondiente. En el interior, los anaqueles seguían igual: vacíos. Desde la última semana de 2014 ningún proveedor ha llegado al lugar.

Unos 15 minutos de espera bastaron para que una fila de más de cien clientes se formara. Todos con la esperanza de conseguir al menos uno de los productos que por meses escasea en los estantes de sus hogares. Una señora con la ansiedad marcada en sus pasos necesitaba margarina para las tortas que prepara como sustento económico, quienes escucharon le pasaron el dato de un establecimiento en la avenida Universidad de Naguanagua que tiene el artículo exhibido, mientras un par de señores se quejaban de la presencia de revendedores en las puertas del local.

Esta realidad no es exclusiva de ese supermercado. Es un panorama que se repite en todos. La escasez marcó la llegada del 2015. Se recorren negocios y con suerte, tras un promedio de dos horas de cola, se puede adquirir algún producto.

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