La veterana diseñadora juega además con las líneas. (Foto AP)

EFE

La alta tecnología se cruzó con una florida primavera en la mente de la diseñadora venezolana Carolina Herrera en su desfile de la Semana de la Moda de Nueva York.

En esta ocasión, Carolina Herrera enfatiza más que nunca su eterna vocación de mirar hacia adelante sin perder el peso de su categoría de leyenda de la costura. Y así, con un motivo tan aparentemente obvio como las flores en primavera, desglosa una colección que esconde más de una sorpresa.

«Toda la colección fue inspirada en el código cromático de una flor. La digitalicé y de ahí salen todos los colores que van a ver», aseguró a Efe antes del desfile. Esa flor era un tulipán, aunque en sus prendas, a veces suntuosas a veces minimalistas, aparecen otras muchas de la propuesta informática de Herrera.

«La tecnología para mí es importantísima. Y estos son tecnomateriales que uno y mezclo con el chifón o el lino o el crepe. Es una colección bastante seductora y con una siluetas muy femeninas», añadió.

La pasarela, en la que las modelos se cruzaban en medio de un laberinto de cipreses, se abrió con unos diseños blancos (su color para las ocasiones importantes, como siempre dice), con un estampado no cosido sino impreso sobre el tejido.

La veterana diseñadora juega además con las líneas, bien a través de las costuras vistas o bien a través de hermosos juegos de volúmenes heredados de la papiroflexia.

Forma faldas de un solo plisado, hombreras cuyo punto de fuga se sube hasta la mandíbula o una cazadora en la que el material parece cuartearse y desintegrarse, casi como si fueran píxeles de tejido que desaparecen por un virus en el programa del ordenador.

Y la que parece una de las tendencias confirmadas, los colores flúor, es tomada por Herrera con precaución y filtrada por un toque de palidez. Así es el amarillo de su colección. Y en un vestido de este color juega al trampantojo creando sensación de «cut-out» con las telas color nude.

Para terminar, deslumbra la noche con dos hermosos vestidos morados en los que encuentra la belleza interrumpida del non finito.




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