“…El ciudadano venezolano se tropieza con informaciones contradictorias, tanto del Estado, que es la primera autoridad, como de la sociedad política, que es la primera instancia frente al Estado…»  Ignacio Contreras Director Nacional de la Federación de Politólogos de Venezuela

“En la “diafonía ton doxon” del espacio cibernético que conforman las llamadas redes sociales, parece que todo vale…·” Andrés Huergo Porta.

La comunicación y la penetración de las redes sociales han desplazado a los medios tradicionales a la hora conformar la opinión pública…Pero…

Partamos de un principio: Opinión es doxa, no es episteme, no es saber.

Platón estableció una diferencia muy importante entre ambos términos, para él Episteme es el auténtico conocimiento, es decir el conocimiento científico y se contrapone a la Doxa que sería la noción, opinión, creencia; entonces, podemos inferir que las opiniones son simples ideas que no ameritan ser probadas.
Sin embargo, cuando se indaga acerca de la conceptualización de la opinión pública, término permanentemente utilizado, nos encontramos con tal diversidad de criterios, que en lugar de facilitar su comprensión, nos invita a ser más cautelosos con su aplicación.

Una opinión se denomina pública no sólo porque es del público, sino también porque implica la «res pública», la cosa pública, es decir, asuntos de naturaleza pública: los intereses generales, el bien común, los problemas sociales.

Sostenía el politólogo italiano Giovanni Sartori – quien, junto a Norberto Bobbio ha sido uno de los más acuciosos investigadores de los fenómenos políticos contemporáneos – que las ideas se encuentran bajo sospecha, puesto que fueron sustituidas por las ideologías (ideas fosilizadas, repetidas mecánicamente, sin ser pensadas por nadie) y en última instancia porque fueron debilitadas y devastadas «por un crescendo ensordecedor de inculturas».

Para Sartori las condiciones que permitirían la existencia de una opinión pública relativa serían dos: a) un sistema educativo que no sea un sistema de adoctrinamiento; y b) una estructura global de centros de influencia e información plural y diversa.

Para los psicólogos sociales la opinión pública constituye una unidad de pensamiento, convicciones, emociones, tendencias o metas que se producen bajo determinados factores sociales, que no resultan expresión de lo propio, sino el reflejo de las condiciones sociales a las cuales todos los ciudadanos se encuentran sometidos.

Hace muchos años, la pro-nazi Elisabeth Noelle- Neuman, con su obra «La Espiral del Silencio» aportó al debate un análisis que no ha sido desplazado, a pesar de la dura embestida de sus detractores.

Se parte del supuesto de que las personas no desean verse aisladas en público con sus opiniones. Cuando se enfrentan a temas conflictivos valor, asimilan la división de opiniones del entorno, expresando las propias ideas de una forma tal que procure evitar el aislamiento social. Los individuos que creen hallarse entre la opinión mayoritaria están dispuestos a hablar, mientras que se creen en la minoritaria callan generalmente. Hablar o callar influye en la percepción del entorno de otros individuos, y se originan procesos de espiral.

Se ha hecho cada vez más recurrente el término “posverdad”, al punto que el Diccionario Oxford designó la palabra “posverdad” como la palabra del año 2016, y conlleva la palabra en cuestión “circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.

El sociólogo Ralph Keyes utilizó, en 2004 este neologismo, para titular su libro Post Truth. Luego se le daría connotación al término para referirse a la utilización de la falsedad y la manipulación como estrategias discursivas con el claro objetivo de alcanzar el poder político a través de la persuasión de las masas, pues la noción de “posverdad” va ligada a la de “hechos alternativos”, que se contrapone a la de “hechos objetivos”.

Estamos atravesando momentos en los cuales los hechos reales, ineludibles y objetivos parecen ser menos importantes que los atavismos, las creencias o las emociones dado el desprestigio generalizado que sufre la razón, asediada o golpeada desde tantos flancos por parte del discurso de la posverdad, esta suerte de sofismo contemporáneo, que tal como sus predecesores griegos, se jactan de su capacidad de hacer “fuerte el argumento más débil”, de ser lo suficientemente hábiles retóricamente como para hacer aparecer cualquier mentira como verdad…Tal vez emulando a Protágoras quien afirmaba: “No hay saber, sino un opinar”.

Cierto es que las redes sociales han venido a ocupar un notable espacio comunicacional, pues permite a cualquier ciudadano difundir determinada información sin tener que pedir permiso, sin embargo – de acuerdo a lo que sostienen los profesionales de la comunicación- “muchas veces, dicha información no ha pasado por “un filtro profesional”. Se supone que la información que es periodísticamente tratada tiene una garantía de mayor objetividad porque cuenta con el aval de unos expertos cuyo trabajo consiste, precisamente, en seleccionar las noticias, elaborarlas conforme a criterios de ética deontológica y contar la verdad de lo que ocurre…” Esta a la vista: en el «ciberactivismo de la autopista de las informaciones» son sacadas de contexto; se difunden mentiras masivamente; los datos no son contrastados.

La difusión y repetición de noticias falsas sistematizarse pues cualquier persona parece sentirse atraída por cierta vanidad dar un”tubazo”, y con o sin intención, al tergiversar la verdad, una vez en el ciberespacio, resulta muy difícil acallar tal rumor, pues siempre quedará pendiente en el ambiente algún rastro de duda, del que siempre habrá alguien que quiera obtener un rédito.

El peligro de una opinión pública sesgada, mediocre, creada y mantenida por la presión del régimen, es una preocupación constante. Una referencia de lo expuesto la encontramos en aquel sistema totalitario uní -céntrico de fabricación de la opinión que vaticinó Orwell en «1984», pues, en este tipo de regímenes, se materializan grandes consensos dentro de la opinión pública, pero en realidad sólo son la manifestación uniforme de opiniones prefabricadas por el régimen e impuestas sobre el público…

Lo que nos obliga y compromete a educar y orientar a la ciudadanía en las complejidades de la participación política, en virtud a que una sociedad sin formación política adecuada ejerce de manera desacertada y hasta nociva, las funciones que le son propias en la defensa de la democracia y del porvenir del país.

Manuel Barreto Hernaiz




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