Mucho se escribe sobre el brillante, el genio, el estratega, el militar y hasta el enamorado Bolívar, pero poco se dice sobre el Bolívar familiar: el tío protector.

Gracias a su correspondencia se sabe que el Libertador además de atender asuntos políticos también se dedicó con determinación a resolver lo que él creía mejor para sus hermanas y asegurar el futuro de sus sobrinos, los hijos de sus legítimos hermanos.

El hijo de María Antonia

De la unión entre los primos lejanos María Antonia Bolívar y Pablo Clemente nacen cuatro hijos: Anacleto, Valentina, Josefa y Pablo Secundino.

Para Simón Bolívar la educación era tan importante como el poder y la guerra, claramente se refleja cuando Anacleto decide dejar a su madre María Antonia y a sus dos hermanos pequeños en la Habana, en aquel exilio forzado y regresa a Venezuela para tomar la carrera de las armas en el ejército de los patriotas, sin embargo su tío decide enviarlo a Europa con el fin de culminar sus estudios.

La otra sobrina: Valentina, para estos tiempos estaba casada con el civil Gabriel Camacho ya luego tendrá cierta participación en el negocio de las minas de Aroa propiedad de Simón.

Será Anacleto el principal responsable de que su tío estando furioso desde Lima le escriba una carta, estaba harto de las quejas de María Antonia con su hijo: quien era el apoderado del patrimonio de su tío Simón desde 1821 y a su vez convertido en un apostador sin escrúpulos.

Para estos tiempos Bolívar vivía situaciones políticas muy críticas y aun así saca espacio para firmarle un documento a su hermana como apoderada, revocando el poder anterior que le dio a su sobrino tres años atrás.

Sin embargo también decide escribirle a Anacleto quien se encontraba en Bogotá para 1826, ordenándole su partida para Venezuela inmediatamente:

Cansado ya de oír las quejas de tu madre y de tu familia, voy a hablarte por última vez… cuan disgustado estoy por tu mala conducta y te intimara la orden de que te vayas para Venezuela a estar al lado de tu familia, si no a cuidarla, al menos a no desacreditarla como lo has estado haciendo en Bogotá … Te lo digo por última vez, Anacleto: si no te vas inmediatamente de Bogotá, si no abandonas ese maldito vicio del juego, te desheredo para siempre; te abandono a ti mismo”.

Anacleto cumple con la orden y se responsabiliza por su vida, con el tiempo su tío le asigna ciertas responsabilidades y autorizó que viviera en la residencia privada de su tío, la casa del Vínculo en Caracas.

Juana y su hija

“Juanica” como le decía cariñosamente su hermano el Libertador, Juana se casó con tu tío Dionisio Palacios, de esa unión nacieron; Guillermo y Benigna. En tiempos de guerra mientras Juana estaba en el exilio con su hija, su marido Dionisio se quedó en Venezuela luchando junto a las tropas patriotas fue ajusticiado en el año de 1814 y su hijo Guillermo en 1817 murió combatiendo en la Batalla de la Hogaza, quedando Juana con su hija; Benigna quien años más tarde se casará con Pedro Briceño Méndez, secretario del Libertador.

Al regresar del exilio se ven desamparadas, sin esposo, sin hijo y sin casa ya que la suya que quedaba en la esquina de los traposos se encontraba en ruinas como consecuencia del terremoto de 1812.  Simón decide enviarlas resueltas a Angostura y dejarlas bajo la protección del presidente del Congreso de Angostura Francisco Antonio Zea.

Los sobrinos huérfanos de padre

El hermano mayor de Simón: Juan Vicente, se enamoró de una joven de clase media: Josefa Tinoco, no se casan y procrean tres hijos; Juan, Felicia y Fernando, a los tres los abandonará su madre en diferentes puertas y en el libro de bautismo dirá: niño expósito.

Ya para 1810 una de las peticiones de Juan Vicente a su hermano Simón antes de zarpar y en caso de faltar era que se encargara éste de proteger a su hijos y reconocerlos legítimamente.

Y así lo haría el Libertador hasta el final de su vida, cuando Fernando tenía doce años su tío decidió enviarlo a Estados Unidos cubriendo con todos los gastos de su educación. Fernando estudió en un colegio de Filadelfia y continuó en la Universidad de Virginia, al culminar sus estudios regresara a Venezuela, su tío se lo llevara a Bogotá y lo incluirá dentro de su secretaría, será su compañía hasta la muerte de Simón Bolívar.

En el primer exilio de Simón, él le escribe a Josefa recordándole su interés de que los bienes de su hermano Juan Vicente les toquen a sus hijos, les otorga una pensión de cincuenta pesos mensuales y la orden de que su hermana María Antonia los asista cuando sea necesario.

Josefa y María Antonia

Las cuñadas nunca lograron llevarse bien, María Antonia jamás aprobó la inapropiada relación,  al volver del exilio María Antonia se consigue con la sorpresa que Simón aprobó que Josefa junto a sus hijos habitaran la casa principal de la familia y con las duras consecuencias que dejó la guerra, Josefa había resuelto aliviar su economía alquilando algunas habitaciones a toda clase de personas.

Preocupada por las medidas que toma María Antonia en su contra en 1825 Josefa le escribe a Simón una extensa carta en donde resalta lo bondadoso que siempre ha sido con sus sobrinos y destaca su comportamiento como un padre adoptivo.

Meses más tarde Josefa recibe una carta de María Antonia en donde se aprecia que el Libertador neutralizó las intenciones de su hermana. Desde Potosí, Simón le solicita a María Antonia que presione al tío Feliciano y cancele el alquiler de la casa en Chirgua “para mantener a los hijos de Juan Vicente y amenázalo de vender la hacienda si no paga pronto”.

El disgusto de Felicia

En el año 1827, Bolívar hace su último viaje con vida a Venezuela, uno de sus objetivos es casar a su sobrina Felicia con uno de sus mejores generales José Laurencio Silva, un militar con una gran trayectoria “Trato también de casar a Felicia con un amigo mío, hombre de bien y quien hará de su dicha”.

Sin embargo, a Felicia esta decisión no le agradó, para ella su futuro esposo con piel oscura y toscos modales era inaceptable, consideraba que podía optar por algo “mejor” ya que era la hija del heredero del mayorazgo de la familia.

Esta opinión llegó a los oídos de su tío, el cual no dudó en aclararle por medio de un secretario de manera directa a Felicia cuales serían las consecuencias de su negativa.

Si la señorita no se aviene a las instancias de su tío, que desea establecerla, entonces S.E. tiene allí a Fernando que promete mucho por su carácter, y en quien hará recaer el todo de sus bondades”.

Felicia no tuvo otra opción más que aceptar pero antes le escribe una emotiva carta a su tío desahogando sus penas por todo lo que vivió cuando estaban en situación precaria al quedar embargados los bienes de su tío y el detonante para recordarlo es la amenaza de su tío, cerrando la carta con estas palabras:

Supla estas faltas la voluntad con que condesciendo a cuanto V. quiera y la gustosa resignación con que pone en sus manos su futura suerte”.

En el contexto familiar, Simón Bolívar siempre tomó las medidas que consideraba convenientes, no fue indiferente ante las situaciones de sus sobrinos y las madres de ellos, un hombre que cumplió con su palabra de no faltar hasta la muerte, un ser humano con problemas y angustias familiares como cualquier otra persona.

Fuentes:

Quintero, Inés. La criolla principal. Editorial Santillana, Caracas, 2008.

Escritos del Libertador, documentos particulares, ll. Caracas, 1967.

Lovera De-Sola, Roberto. Simón Bolívar en el tiempo de crecer: Los primeros veinticinco años (1783-1808). Editorial Alfa, Caracas 2016.




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