Imagen de la entrada del Gran Canal de Venecia y que pertenece a la colección del empresario francés François Pinault. EFE

El Gran Canal de Venecia tiene desde hoy un simbólico e invisible nuevo puente que el arte contemporáneo tiende como un hilo invisible entre el Palazzo Grassi y la Punta della Dogana.

«La Pelle», del artista belga Luc Tuymans, y la muestra colectiva «Luego e segni» enlazan ambos lados del canal veneciano con obras que hoy comienzan a exhibirse como un juego de elementos intangibles, como la memoria, la poesía y la luz.

Las exposiciones están organizadas por los museos venecianos que exhiben obras de la colección del multimillonario francés François Pinault y se han convertido en los últimos años en la práctica en la apertura de la temporada de grandes eventos artísticos de la ciudad de los canales.

El Palazzo Grassi muestra en esta ocasión una obra reciente de Tuymans (Mortsel, Bélgica, 1958), artista figurativo que elige el título de la novela de Curzio Malaparte («La piel») para simbolizar el vínculo entre sus obras, la mayoría de ellos óleos sobre tela.

Tuymans toma del presente ejemplos que obtiene de los medios de comunicación, de la televisión e internet, y los transforma en telas en muchos casos monocromáticas con una «luz rara e inusual», según describen los organizadores.

Porque es la luz la que protagoniza el trabajo del belga en Grassi: la del sol que perfora el Palazzo y se refleja en las telas que por momentos parecen enormes transcripciones en pintura de fotografías tomadas con una cámara Polaroid.

«Su trabajo se podría calificar mejor de conceptual más que figurativo», defiende la comisaria de la muestra, Caroline Bourgeois sobre un artista que se constriñe en el tiempo que dedica a cada trabajo: una pintura en un solo día.

Su pintura aparece muy fina y ligera, como si solo fuera una piel delgada de materia grasa y pigmentos la que cubre la tela que interpreta las sensaciones obtenidas por el medio fotográfico.

Porque Tuymans se basa en su experiencia visual con la fotografía -que también procede de dispositivos móviles- para trasladarla sobre lienzo; aquí exhibe precisamente la obra creada durante los años de la década de los ochenta del siglo pasado, cuando dejó la pintura para dedicarse a la fotografía.

Tuymans recibe al visitante con la única obra en otro medio completamente diferente: un mosaico cuadrado de casi diez metros de lado cubre el patio y evoca la obra secreta de los detenidos en el campo de concentración nazi de Schwarzheide.

Allí los prisioneros dibujaban, sobre tiras que ocultaban para que no les fueran confiscadas, motivos alusivos a sus uniformes y a los árboles que rodeaban el lugar; hoy Tuymans las recompone pero de manera que solo es posible comprenderlas mirando el mosaico desde los pisos superiores del museo.

En la segunda muestra de nuevo la luz es protagonista, así como el hilo conductor de la poeta líbano-estadounidense Etel Adnan (Beirut, 1925) cuyos poemas admiran y emplean como inspiración varios de los artistas de esta colectiva.

Se presentan en Punta della Dogana más de cien obras de 36 artistas que tienen entre sí conexiones personales y en los que los comisarios descubren inspiraciones comunes.

Así, la luz del cielo veneciano que inunda el Palazzo Grassi con la obra de Tuymans rebota en los cilindros de vidrio pulido del neoyorquino Roni Horn y en las delgadas láminas de piedra que la artista sueca Nina Canell cubre de una fina película de agua.

«El hilo conductor no es solo la poesía, sino cómo podemos utilizar la poesía para encontrar una conexión entre las obras y cómo los artistas pueden o no inspirarse en la poesía», explica a Efe la comisaria de esta muestra, Mouna Bethenod.

Los soportes son variados: desde las fotografías de la estadounidense Berenice Abbott (1898-1991) hasta la purpurina arrojada sobre el suelo de una de las salas por la británica Ann Veronica Janssens que, otra vez, maneja los conceptos de brillo, luz, refracción y fluidez que recorren toda la exposición.

O el vídeo del argelino Philipe Parreno (1964), que recrea la habitación que el mito Marilyn Monroe habitó a finales de los años 50 del pasado siglo en el hotel Waldorf Astoria de Nueva York y que convierte los ojos del espectador en los de la actriz, con su voz recreada por ordenador que transmite la soledad de sus últimos días.

Otra actriz, la española Maribel Verdú, protagoniza un inquietante vídeo del albanés Anri Sala (1974), «1395 días sin rojo», donde se retrata la angustia que los habitantes de Sarajevo vivieron bajo la amenaza de los francotiradores en plena guerra de Bosnia. EFE




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