“La primera pequeña mentira que se contó en nombre de la verdad, la primera pequeña injusticia que se cometió en nombre de la justicia, la primera minúscula inmoralidad en nombre de la moral, siempre significarán el seguro camino del fin.» Vaclav Havel

La corrupción de la sociedad comienza con la corrupción de las palabras. La democracia – en principio – es un sistema que consiste en saber escuchar, pero también consiste en saber explicar. Sin embargo, cuando las palabras han perdido, por la necesidad de la mentira, su sentido, nadie puede explicar nada y nadie espera entender nada.

Con lo que todo el país ha observado en estos últimos días, se llega a la conclusión que, por más maromas, parapetos, triquiñuelas que se le ocurra a estos titiriteros de un enmarañado pseudo pragmatismo, podrán modificar la realidad de los hechos: La ciudadanía no cree en más explicaciones justificativas. Ya se hace presente ese desengaño de la gente como respuesta emocional ante tantas tramoyas y químicas políticas que solo son fétidas alquimías.

Se dice que en Praga el día que se reunió la Asamblea Legislativa, después de haber pasado la «Revolución de Terciopelo» pensaron elegir al presidente de la República checoslovaca. Se reunió la Asamblea para elegir a aquél que dirigiría la nación, a aquella persona encargada de coordinar el esfuerzo comunitario para hacer una comunidad plena y llena de buenos resultados. Se preguntaban cuál era la virtud superior, el valor distintivo de aquella persona llamada a ejercer el gobierno. Uno sostuvo que la inteligencia, otro argumentó que la iniciativa, se dijo que la capacidad de poder, se dijo de todo, pero un zapatero que pertenecía a la Asamblea dijo lo siguiente: «La única virtud real de un gobernante es su capacidad de decir la verdad». Eso causó desconcierto, pero el zapatero lo sostenía con contundencia, ya que cuando se ha vivido en el totalitarismo, en un imperio de mentiras, lo único que va a hacer a la política creíble es la verdad. El silencio cundió y el zapatero volvió a intervenir y dijo: -Señores, yo conozco a alguien que siempre dice la verdad-.

Se refería a Václav Havel, quien en ese entonces purgaba su última pena de prisión por decir la verdad. Había escrito Havel un libro que se titulaba «El intento de vivir en la verdad», y por ello fue a dar con sus huesos a la prisión, de donde lo sacaron para ser presidente de Checoslovaquia. Al posesionarse pronunció uno de los discursos más breves del mundo cuando dijo a su pueblo: «El único punto por el cual yo me comprometo ante Dios y ante ustedes es el de ejercer el poder diciendo la verdad».

Václav Havel, el presidente checo, propuso la verdad y la credibilidad como las dos columnas más importantes de la democracia. Decir la verdad y ser creíbles es volver a fundar la política en la ética. En uno de sus nobles ensayos – “Política como ética practicable” – dejó anotado Václav Havel: “Estoy convencido que no podemos construir un Estado de derecho ni un Estado democrático si es que no construimos al mismo tiempo –aunque ello suene poco científico en los oídos de los politólogos- un Estado humano, ético, espiritual y cultural. Las mejores leyes y los mecanismos democráticos mejor concebidos no nos pueden entregar nada: ni siquiera legalidad, tampoco la libertad, ni aún los derechos humanos, si todo eso no está garantizado por determinados valores sociales y humanos”.

Si estamos como estamos no es por culpa de la verdad sino de su ausencia, ya que donde se escatima la verdad, ella es sustituida por la mentira. La peor consecuencia de la corrupción y el clima de impunidad creado por una justicia permisiva y controlada, por organismos de control supeditados al régimen y por todo ese estamento que conforma la cadena de poder servil, es la indiferencia de una sociedad que no se escandaliza.

Sin embargo, ya ese individuo, irónicamente llamado “soberano”, al colocarse el ropaje de ciudadano y al comprender que resulta inútil y absurdo exigir la verdad como un deber cívico a quienes desprecian el comportamiento racional de un pueblo, se cansó de acompañarles. Pues ese ciudadano, si bien padece de hambre y miseria, no padece de fatiga moral. Ya no cree en esas mentiras utilizadas sistemáticamente como arma para dividir y confundir a la sociedad.

Manuel Barreto Hernaiz

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