La detención del abogado Roberto Marrero y del chofer Luis Aguilar, luego del salvaje allanamiento a la casa de Marrero y a la del diputado Sergio Vergara, muestra que la dictadura está probando las aguas para ver hasta dónde puede –o la dejan- llegar. Está apretando las tuercas y huyendo hacia adelante, a ver si es capaz de imponer una agenda diferente a la que le ha marcado hasta ahora el gobierno interino de Juan Guaidó. El régimen quiere volver a posicionarse sobre la ola y regresar al protagonismo. Quiere recuperar la imagen de que en Venezuela se hace lo que le da la gana al chavismo, digan lo que digan los informes de la ONU, el grupo de Lima, la OEA o el gobierno de USA. Como aderezo, y para regodearse en su arbitrariedad, condena a la juez María Lourdes Afiuni a 5 años de prisión por “corrupción propia”. O por mis pistolas, que diría un mexicano y significa más o menos lo mismo.

Por supuesto que las últimas acciones de Maduro y su corte no son de gratis, ni improvisadas. Como buenos alumnos de la represión cubana, los rojos tienen sus planes y los ejecutan en la secuencia que le vaya resultando mejor a sus intereses, mientras miden con sumo cuidado los efectos, deseados e indeseados, de cada estrategia. Los días recientes, con el fuerte discurso de Michelle Bachelet, la viralización de los videos de torturas (con imágenes de los torturadores) y los coletazos del apagón, no habían resultado muy favorables para los mandamases venezolanos. Además de las calamidades habituales y las evidencias de delitos contra la humanidad, el régimen seguía apareciendo como reactivo, tanto a la presión internacional como a la protesta interna. Y una dictadura, por pura supervivencia, no puede dejar de mostrar que los que mandan y ejecutan y tienen la iniciativa son los que se sientan en el palacio de gobierno y cuentan con el respaldo de los cañones. Independientemente de la realidad, estos discípulos de Goebbels saben que tan importante es lo que se hace como lo que se percibe que se hace.

Mientras la dictadura observe que las reacciones a sus delitos se quedan en preocupaciones, condenas, reprimendas y sanciones seguirá en busca del límite y se mantendrá a la ofensiva, apelando como siempre a la sorpresa, a lo inesperado; doblando la apuesta. Si se llega a pasar del límite –que nadie sabe aún dónde queda- recogerá los vidrios y dará dos o tres pasos hacia atrás para ver si se salva. Por eso es que, en su turno al bate, los demócratas tienen que mostrar mayor energía que los esbirros. No es el momento de ceder la iniciativa ni mucho menos, porque este escenario era muy probable y tenía que haber una respuesta preparada. Y vendrán momentos tanto o más difíciles que los que se viven hoy. Hasta que el agua –ese 90% de la gente que quiere salir del régimen- tome su cauce.




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