Una de las palabras más impactantes en campo político es “cambio”, porque es sinónimo de renovación, de esperanza, de reformas, y un político hábil con cierto toque de demagogia, logra fácilmente ganarse el consenso de la gente. Yo recuerdo que esa palabrita “cambio” comenzó a entrar en la jerga política en la década de los años sesenta, justamente durante la campaña para las elecciones presidenciales del 1968. Fué el Dr.Caldera el primero en usarla y con éxito. En efecto, después de un largo período de dictaduras militares y de diez años de gobiernos adecos, parecía necesaria una reforma concreta e innovadora, en otras palabras un “cambio”, en la forma de conducir el país. Si mal no recuerdo, el slogan calderista, que a la postre se reveló ganador era “el cambio va” y desde entonces, con diferentes matices pero con el mismo propósito de infundir nuevas esperanzas a un electorado cada día más decepcionado, esa palabrita ha representado el tema dominante de todo candidato y esto hasta nuestros días. Claro está que, cuando el promotor del cambio es un hombre  nuevo, desvinculado de esa partitocracia corrupta, las esperanzas renacen, la fé vuelve a revivir y la gente…lo vota.

Hay más, si en esa promesa de lucha para recuperar la dignidad y la soberanía del pueblo, no solamente se habla de cambio, palabra un poco trillada por el incumplimiento que se le ha dado, sino de “revolución” pacífica, término seguramente más impactante, entonces la gente se siente aún más identificada con ese candidato. Lo que pasa es que ese “cambio revolucionario” para rescatar al pueblo había que darlo y no solamente prometerlo, esa propusión a la economía para crear puestos de trabajo había que promoverla, esa mano dura en contra de la delincuencia y de una hampa dueña del país había que ponerla en práctica…y no se  hizo nada de eso! Los únicos cambios hechos en estos casi veinte años han sido cambios “toponímicos” y así el Congreso pasó a ser la “Asamblea Nacional”, la Corte Suprema de Justicia se ha convertido en “Tribunal Supremo de Justicia”, las Asambleas Legislativas Regionales ahora se han transformado en “Consejos Legislativos” y la misma Venezuela ahora se llama “República Bolivariana de Venezuela”. Por último y para concluir esta aciaga lista de cambios negativos, causa primaria del desastre que está viviendo este pobre país, me parece importante señalar, por ejemplo, que hace veinte años había 900 mil trabajadores en la administración pública y ahora hay más de tres millones, hace 20 años había 16 ministerios y ahora hay 38, que hace 20 años el débito público era de 39 mil millones de dólares y ahora, a pesar de todo el dinero que ha entrado,  es de 230 mil millones de dólares, que  hace 20 años con 574 bolívares se podía comprar un dólar y ahora se consigue solo a mercado negro  y el precio lo fijan “ellos”, que en este período, el gobierno expropió más de 800 fincas (algo como 3 mil hectáreas) convirtiendo a Venezuela en un país importador y por último, pero no de menos importancia, que hace 20 años en  el país había 4.500 homicidios cada año y ahora más de 270 mil.

No hay que ser particularmente duchos en política para tomar conciencia de que esos “cambios” hechos por la revolución se han convertido en la causa primaria de la tragedia que está viviendo este pobre país ¿Cómo resolver eso?. A mi manera de ver hay una sola forma y es… seguir cambiando pero, en este caso, de una forma drástica, radical, concluyente e irreversible a estos señores que están mandando.  Está en juego y de una manera determinante y definitiva, el futuro de Venezuela y de treinta millones de venezolanos…y no es poco!!!

Desde Italia – Paolo Montanari Tigri




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