Este año 2024 se presenta incierto, hacia donde quiera que se mire. Hay dos guerras abiertas en marcha, en las que la civilización occidental –judeocristiana, liberal, democrática- se enfrenta en Ucrania al autoritarismo ruso y en el medio oriente al terrorismo musulmán. Los gruñidos entre China y EEUU, con Taiwan en el medio, no son muy tranquilizadores, mientras que la crisis migratoria en Europa está anunciando un choque cultural que puede tener consecuencias muy complicadas a la vuelta de unos pocos años. El cambio climático y sus manifestaciones extremas –sequías, incendios, inundaciones, olas de calor y un largo etcétera- se hacen sentir en todo el planeta,lo cual agrega al caldo mundial de este siglo XXI un ingrediente supranacional y de muy difícil pronóstico.

En 70 países la mitad de la población del mundo irá a elecciones en 2024, desde municipales hasta legislativas y presidenciales. Del lado oeste del charco Atlántico la gente elegirá autoridades de diferentes niveles de gobierno en Estados Unidos y en 6 naciones de América Latina, incluidas las aún indefinidas presidenciales en Venezuela. Aunque algunos procesos tengan los resultados cantados (Putin en Rusia, por ejemplo), otros pueden traer sorpresas y meterle mayor variedad –o riesgo, depende como se vea- al escenario internacional. El duelo Biden vs Trump tendrá consecuencias, tanto por la edad de Biden como por el deseo de revancha y el carácter impredecible que llegarían a la Casa Blanca si Trump resulta ganador.

Regresando a terreno más cercano, las elecciones en Venezuela se presentan como una gran interrogante. Las primeras preguntas, las más simples, son si habrá comicios y cuándo, porque hasta ahora el régimen no ha fijado fecha ni cronograma. Y si resulta que se hacen, las preguntas se multiplican ¿serán limpios, transparentes y con observadores internacionales serios? ¿dejarán participar a la ganadora de las primarias y representante de la oposición? ¿habilitarán a María Corina Machado? ¿el chavismo entregará el poder si pierde? Nadie tiene la respuesta, porque el juego electoral no depende de las leyes ni de las normas establecidas sino de los cálculos y la conveniencia de quienes mandan en el país desde hace 25 años. Para muestra reciente están los 10 millones y medio de votantes en el referéndum sobre el Esequibo que nadie vio ni contó.

Los escenarios son muy diversos. El más deseable, que serían unas elecciones libres, competitivas y supervisadas donde la oposición gana por paliza –como dicen todas las encuestas- seguidas de una transición pacífica y la entrega del poder a la ganadora, se ve cuesta arriba. En una encuesta de CATI – Meganálisis de julio del año pasado, 83% de los encuestados respondió que no visualizan a Nicolás Maduro entregándole la banda presidencial a un político de oposición. Quizás hoy, luego del éxito de las primarias, la gente sea un poco menos pesimista, pero aun así la opinión de 8 de cada 10 personas lleva su carga de certeza: lo que viene va a tener muchas curvas y baches.

El escenario deseable tiene múltiples desvíos. Desde que el régimen se invente una escaramuza con Guyana y suspenda todo hasta que se inventen 10 millones de votos, o que pierdan y se nieguen a entregar el coroto. O que habiendo entregado la silla usen sus recursos, aliados y compinches para sabotear la gobernabilidad y crear el caos en el que se mueven con destreza y comodidad. Los chavistas no quieren salir del poder. El 80% de la población quiere que salgan. El régimen tiene los cañones y la falta de escrúpulos. La gente tiene el recurso del voto, si se organiza y se mueve con inteligencia. La apuesta está en el aire.

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