«En el caso de la actual revolución bolivariana, ha querido cambiar al pasado para ponerlo al servicio de un proyecto político de actualidad, y se encuentran suficientes evidencias en el empeño de Chávez en relación a la vida de Bolívar y la guerra federal de Zamora. Ya no se trata de una necesidad social sino una intención de naturaleza política». Elías Pino Iturrieta

Con permiso de Manuel Caballero, Elías Pino Iturrieta, Elis Mercado Matute y Carlos Cruz…

A través de los siglos, la historia ha sido concebida como el relato de los orígenes, de los usos y costumbres de los hombres y sus sociedades, como el recuento de las acciones de trascendencia y de las gestas épicas. El carácter verificable de ese discurso y su objetividad, le confirieron el carácter de ciencia, mediante la aproximación a la verdad. Sin embargo, la historia es hoy sometida a la inaplazable revisión de esos estudiosos que la consideran una forma discursiva más, una meta narrativa que busca seleccionar, justificar y conmemorar -con un velado sesgo ideológico- los hechos de un segmento de la sociedad.

Los políticos «patrioteros» recurren con frecuencia a la historia para reivindicar y justificar sus privilegios políticos y económicos, interpretando la historia a la medida de sus intereses y ambiciones, jugando con la unidad y solidaridad nacional; utilizando la historia como una estrategia política de consecuencias imprevisibles para la convivencia pacífica. Tienden a revivir viejas leyendas y mitos históricos con la finalidad de mantener a un sector -muy bien definido- en estado permanente de guerra contra sus «enemigos».

De manera radical, manipulan la verdad histórica mediante la interpretación distorsionada, pretendiendo configurar la conciencia colectiva a través de la memoria histórica.

Manuel Caballero (ni Dios, ni federación) expresa al respecto… «El fanatismo siempre encuentra una vía para colarse, y en este caso, una religión sustitutiva, encontró sus fundamentalistas, sus ayatolás. Y lo más peligroso es que se trata de profetas armados. Profetas que encuentran en la manipulación ideológica de la historia centrada en el culto del macho, del héroe y la violencia guerrera, un sedimento que se revuelve cuando se presentan las crisis económicas, políticas y militares…»

En un inusitado afán por darle un fundamento histórico a los dogmas vigentes se llega no sólo a la tergiversación, a la manipulación, sino hasta los atentados contra el sentido común. Se trata de una estrategia que muchos llevan a cabo porque existe incorrecta creencia en que el recurso puede ser utilizado impunemente, llegando a pensarse, o creer, que las mentiras históricas resultan inofensivas, que se trata de simples exageraciones que tal vez no dañen a nadie. Pareciera que cada uno cuenta con el derecho a expresar, a divulgar la historia que más le convenga. No se han acercado a la historia para aprender de ella sino para demostrar con ella alguna de las tantas teorías que se les ha ocurrido inventar.

Nuestra historia oficial es así, aquello que encuentra «interesante», «a la medida» eso es.
En tanto que aquello que no resulta «interesante» «apropiado» o conveniente es como si nunca hubiese existido. En otras palabras: se va hacia el pasado con ideas preconcebidas, declarando de antemano que importa y que no; realizando juicios de valor – y hasta morales- a priori y aún antes de haber comprendido los hechos tal y como acontecieron, ya que se tienen clasificados a los «buenos» y a los «malos» de la historia; adjudicándole a sus favoritos virtudes que nunca tuvieron y achacándoles a los supuestos villanos vicios y defectos, que en realidad, fueron patrimonio común de toda una época y hasta de toda una cultura.

Tal vez aquella sentencia de Jean Cocteau:…»La historia es una combinación de realidad y mentiras: La realidad de la historia llega a ser una mentira. La irracionalidad de una fábula llegar a ser una verdad…» sea un principio en lo discursivo del régimen. Sin embargo, compartimos aquello de que la historia es, desde luego, exactamente lo que se escribió, pero ignoramos si eso es exactamente lo que ocurrió.

Tener conciencia histórica significa hacerse cargo de la experiencia histórica. Tener historia implica no sólo conocer los hechos, sino también haber meditado sobre ellos.

Por tal razón, no es por capricho que se puede usar la historia para construir un glorioso pasado, con próceres de bronce y todo, con esos eventos heroicos, introduciendo inmortalidad y gloria allí, en donde -tal vez- sólo hubo tremendas escaramuzas, inútiles carnicerías y un entrelazado tinglado de ambiciones, pasiones y egoísmos sin sentido.

En no pocas oportunidades, interpretaciones caprichosas de ciertos acontecimientos históricos tendenciosamente seleccionados, han servido como soporte a esquemas ideológicos que, convertidos en dogmas revolucionarios, le terminaron disputando el Poder al sistema constituido, con tal violencia, que naciones enteras se vieron envueltas en un torbellino de muerte y desolación. Y todo para que, en aquellos casos en que el dogma revolucionario salió casualmente victorioso de la revuelta, al cabo de muy pocos años acabara reconociendo su propia inviabilidad intrínseca y comenzara a devenir en estructuras muchas veces casi exactamente opuestas a las pretendidas.




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