“Aquí no es bueno el que ayuda sino el que no jode, acuérdese…” Ricardo Arjona

Todos nosotros, si bien cada uno en diferente grado, somos responsables del acontecer político de nuestro país. Cada vez que por temor o desinterés no dejamos testimonio de nuestra opinión frente a un problema, estamos permitiendo el cómodo avance de este perverso régimen que luego lamentamos.

La política es un asunto de definiciones que tiene como punto de partida la convicción personal, lo cual no se reduce al oportunismo ni a la bellaquería. La política no está circunscrita sólo a «los políticos» sino a todo aquel que, haciendo un balance de las cosas y teniendo respeto por lo que sucede, decide fijar una postura de cara a los demás.

La perniciosa incontinencia verbal sigue siendo el hobby preferido en esta etapa donde se requiere la información precisa acerca del acontecer real del complejo momentum político, postergando los pasos firmes que deben darse. Por eso, a pesar del empeño mediático y de todos los esfuerzos retóricos, los empecinados vendedores de la infértil cizaña no cosechan sino fracasos, pues sus procederes se suelen manifestar en la incapacidad de transcender el presente inmediato, de prever el futuro y valorar las consecuencias de sus actos. Lamentablemente, esta nociva dinámica se contagia entre parte del estamento político que sabe que su cuarto de hora ya pasó y cierta incauta ciudadanía, retroalimentándose y generando la crispación y el desencanto dominante por ahora.

De nuevo nos encontramos con el anticipado pesimismo, así como también con la prolongada catarsis de muchos y la desconfianza de otros. Pululan en las redes la manipulación, la tergiversación y el falseamiento de la realidad, creando una maraña confusa de comentarios, sin importar adoptar una estrategia de tierra quemada, como respuesta al exclusivismo del «para nosotros o para nadie», cuando lo lógico debe ser darle suficiente espacio a la reflexión, a la auto-crítica, al sensato análisis y al diagnóstico, que nos permita medir que puede flexibilizarse y que debe radicalizarse.

Los improvisados y necios, lo enseña la historia, sólo confunden y desilusionan; de ahí que un resentido o un obcecado pesimista no le sirvan a nuestra cívica tarea….

El dilema que atraviesa nuestro país se puede encontrar, además de la ruindad del régimen, en la orfandad de gente sería, de una ciudadanía enterada que no sabe qué decir, no encuentra que pensar, pues se nutre de la más notable encarnación de la necedad.

Así andamos en Venezuela, entre necios que juegan a la política, mientras la necedad les impide ver la diversa y compleja realidad del país que reclama con urgencia cordura, compromiso y talento. Y es que la necedad resulta más fascinante que la inteligencia. La inteligencia tiene límites, la necedad resulta infinita…. no hay argumentos, sino lo viral de las imágenes; no se tiene una trayectoria, sino el atrevimiento y la temeridad de la improvisación, o una gran cantidad de likes por alguna ocurrencia o chistosa peripecia.

Entendemos que la política sea una tentación para la emotiva y comprensible discusión, sin embargo, el arte de la política es el arte de lo posible y no se puede estar sesgado por la necedad. Luego, este no es momento para esas jugadas del librito político, entre las que se destaca desprestigiar antes que controvertir, con la recurrente declaradera que en muchas ocasiones no será clara, completa, o veraz.

Hoy, una vez más, se hace necesario intentar que no nos devoren las pasiones políticas, las hipotecas partidistas o las confusas estrategias políticas de los bandos. El pensamiento y la acción política de este momento tienen, ineludiblemente, que acercarse a los ciudadanos, a sus sentimientos humanos y a sus problemas cotidianos, pero no pueden apartar las consideraciones que combinen la técnica con la esperanza, el esfuerzo con el sacrificio y la praxis con las bondades que acumulen capital social. La impostergable regeneración de la vida política requiere la vuelta a las ideas y a los valores, recuperando así el auténtico sentido de la participación y la confianza.

Manuel Barreto Hernaiz




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