Llegaron a Venezuela 100 mil vacunas rusas contra el Covid19, lo cual no tiene nada de sorprendente. Todos los países del mundo están haciendo shopping en donde sea para hacerse con un lote del remedio más eficaz que existe hasta ahora para librarse del coronavirus. Y para Venezuela, en vista de las cálidas y protectoras relaciones del régimen con la tierra de Putin, Rusia parece ser el lugar más lógico desde donde surtirse. Se podría especular que China podría ser otro proveedor potencial, pero algo nos hace pensar que los chinos tienen tantas deudas por cobrar en estos lados que no quieren sumarle una más a los maulas rojitos.

Lo que puede llamar la atención –aunque viéndolo bien no hay nada de qué sorprenderse, pues con esta revolución uno está inmunizado de espantos- es el criterio oficial que se manejará para la distribución de las vacunas. Las prioridades incluirán al personal médico y sanitario que trabaja en la primera línea con los contagiados de Covid, y hasta ahí todo bien. Pero a partir de la indispensable protección a la gente que atiende a los enfermos, lo que sigue solo se puede entender si uno conoce al régimen venezolano y ha sido testigo de su lamentable trayectoria. Porque los primeros en la cola serán los altos cargos del gobierno (habría que definir hasta dónde llega el calificativo de “alto” y es muy probable que llegue bastante abajo), el personal militar, no faltaba más, los miembros del partido oficial, los diputados a la AN, los gobernadores y alcaldes –se entiende que los gobernadores y alcaldes chavistas-, los policías y una definición genérica que habla de los militantes chavistas que estarán “protegiendo a la gente en las calles”, o lo que quiera que eso signifique.

La selección de preferencias para la vacunación responde en realidad a la forma como el chavismo define el mundo. Los que alguna vez, hace más de 20 años y cuando no tenían poder, se definían como defensores de los pobres, los desamparados y los menos favorecidos, ahora se aprestan a usar sus privilegios sin recato para ponerse a la cabeza de la fila. Y después de ellos, los suyos, los de su grupo, los que pertenecen a su tribu. Y ahí mismito, por supuesto, los que los protegen, los que tienen las armas; no vaya a ser que se arrechen y les muevan el piso. El nivel de riesgo no forma parte de los criterios de selección: no figuran los viejitos, los que tienen patologías previas ni otros casos que merecerían un tratamiento urgente por su condición física. No; el criterio revolucionario es que primero yo, después los míos y luego los de los míos.

El tema no termina aquí, pues resulta que en su discurso sobre la vacunación, Nicolás Maduro dejó colar que existe cierta apertura a que el sector privado participe en la jornada. O sea, que por una parte irán las 100 mil vacunas a inyectarse en los preciados hombros de los favoritos del régimen y por la otra se creará un mercado de vacunas que pagarán los que puedan y que enriquecerá a unos cuantos, empezando por los favoritos del régimen y los enchufados de siempre. Mientras tanto, los que no están en la tribu ni tienen como pagar lo que costarán las vacunas “privadas” se tendrán que aguantar y encomendarse al Altísimo para que el virus no les toque. Para que les llegue una dosis dentro de quién sabe cuánto tiempo y quién sabe si a tiempo.

Pero así son estas revoluciones. Sus líderes prometen defender a los que menos tienen solo para engañar incautos y convertirse ellos –los líderes- en los que más chupan, en los privilegiados, en los nuevos monarcas, en los dueños del poder.

Y hay todavía en el mundo gente –mucha gente- que sigue creyendo en revoluciones y revolucionarios. Qué vaina.




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