Al principio, el bebé no es capaz de enfocar la mirada más allá de 20 a 38 cm aproximadamente. Lo suficiente para distinguir la cara de la persona que lo tiene en brazos. Más allá puede detectar luz, formas y movimiento, pero de momento todo lo percibe borroso.

Como es lógico a esa edad, ver tu cara le parece lo más fascinante del mundo (junto a los patrones con mucho contraste, como un tablero de ajedrez).

En el primer mes, aprenderá a enfocar consistentemente ambos ojos y a seguir con ellos los objetos que se mueven.

Al segundo mes, el bebé puede discernir colores desde el momento en que nace, pero suele tener dificultad para distinguir tonos parecidos como el rojo y el naranja. Es una de las razones por las que preferirá patrones en blanco y negro o con grandes contrastes.

Durante los próximos meses, su cerebro aprenderá a distinguir los colores y, probablemente, comenzará a mostrar preferencia por colores primarios y brillantes y por diseños más detallados y complejos.

Comenzará a desarrollar la percepción en profundidad, al cuarto mes. Hasta ahora le costaba localizar la posición, tamaño y forma de un objeto, llevar el mensaje del cerebro hasta su manita, extenderla y agarrarlo, tiene ya el desarrollo motor para realizar esa tarea y los circuitos de su cerebro tienen suficiente madurez para coordinar todos los movimientos necesarios y hacerlo con éxito.

En el quinto mes, es cada vez más hábil para fijarse en objetos muy pequeños y para seguir con los ojos las cosas que se mueven.

Quizás sea capaz hasta de reconocer algo que sólo ha visto de manera parcial. Así se demuestra, que va comprendiendo el concepto de la permanencia de los objetos (sabe que las cosas existen aunque en ese momento no las vea); por eso le gusta tanto jugar al «no está-sí que está» mientras te tapas y destapas la cara con las manos.

Es probable que sea capaz de distinguir entre colores brillantes similares y pronto empezará a captar las diferencias más sutiles en los colores pastel.

Ya al octavo mes, la vista del bebé tiene ahora tanta claridad y profundidad de percepción como la de un adulto.

Una visión adecuada es esencial en el desarrollo físico, educativo y psicológico del individuo, por cuanto el reconocimiento temprano y pronta referencia son cruciales, en especial durante la infancia, pues las alteraciones de la agudeza visual en esta etapa son permanentes y pueden incurrir en la mayoría de los casos la pérdida permanente de la visión.

Hasta hace pocos años la evaluación visual de un niño parecía una hazaña difícil de realizar, perpetuándose el mito que el paciente pediátrico no puede ser evaluado. Por tal motivo, existe una incidencia de problemas en la agudeza visual no detectados a tiempo en niños preescolares. Por los momentos, es absolutamente posible gracias a los avances tecnológicos en el campo de la oftalmología.

No existe ninguna edad en la cual un niño no pueda ser adecuadamente examinado.

Todos los padres deben estar atentos a:

– Niños con antecedentes familiares de problemas visuales deben someterse a evaluaciones de forma obligatoria.

– Comportamiento visual del niño: excesivo acercamiento a televisor, a objetos, libros, entre otros.

 – Tamaño pronunciado de los ojos.

– Cuando el niño arruga los párpados para ver o se los frota constantemente.

– Punto blanco o reflejo blanco en los ojos.

– Si el niño al tercer mes no mantiene un contacto visual o que después de los 6 meses desvíe los ojos hacia adentro o afuera.

– Si en un niño preescolar se observan los ojos desalineados, pupilas blancas, súbito inicio de ojo rojo y dolor.

– Movimientos fluctuantes rápidos de los ojos (nistagmos).

– Ojos húmedos.

– Molestia intensa con la luz.

 – Pupilas blancas o amarillentas.

– Inclinaciones viciosas de la cabeza.

Si se observa en el niño caída de los párpados.

 




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