Ángelo encontró un nuevo rol en tiempos de pandemia. Rodeado de acetato, desgastadas herramientas y remaches, fabrica a mano protectores faciales para donarlos a médicos que combaten el COVID-19 en Venezuela, donde el gremio de la salud denuncia escasez de equipos de protección.
Con materiales comprados con donativos, Ángelo Rangel y otros cuatro jóvenes vecinos del barrio El Cementerio, empobrecida y peligrosa zona del oeste de Caracas, arman desde cero las máscaras en un antiguo taller de costura.
"El rol nuestro es hacerlas", pues "en la realidad venezolana o asumimos (roles nuevos) o nos morimos", comenta a la AFP este activista social de 28 años, orgulloso por haber hecho junto a sus colegas 720 piezas desde julio para los trabajadores de la salud.
"Yo no tengo una fábrica, yo no soy el Estado, yo solo soy una gota en medio de un océano, haciendo lo poco que puedo hacer", agrega.
El gobierno de Nicolás Maduro dice haber frenado la expansión del coronavirus en Venezuela. Reporta 91.280 casos y 789 muertes en este país de 30 millones de habitantes, pero organizaciones como Human Rights Watch consideran que esas cifras subestiman una realidad mucho más grave.
El material de protección "es muy escaso" en centros de salud públicos, comenta a la AFP Mauro Zambrano, dirigente sindical de hospitales y clínicas de Caracas. Así, aunque "no son suficientes", las donaciones "ayudan muchísimo", agrega.
La ONG Médicos Unidos contabiliza 237 muertes de trabajadores de la salud por el covid-19, muchas de las cuales están excluidas de los balances oficiales.
Guantes y tapabocas escasean en más de 50% de lo necesario en hospitales de Caracas, lo que obliga a reutilizar barbijos constantemente, sostiene Zambrano, quien alerta que la situación es aún más crítica en las provincias.
"Un médico que esté sano es un médico que nos da salud", reflexiona Ángelo.
HACER DE TODO
A tres meses de fabricar sus primeras máscaras protectoras, los cinco jóvenes estrenan una amplia sala de paredes beige donde alguna vez abundaron hilos y telas. La dueña de este viejo taller les permite trabajar allí a cambio de donativos como medicinas.
"Ya todos sabemos hacer de todo", comenta uno de los compañeros de Ángelo, Leyermer Mujica, un repostero de 24 años que, cuando no hace tortas, prensa remaches y abre agujeros en cintillos de plástico con un taladro.
Mientras en la calle bulle la actividad pese a la cuarentena declarada en Venezuela desde marzo, aún vigente con flexibilizaciones, Leyermer se ocupa en una gastada prensa.
En principio, los voluntarios fabricaron caretas rústicas para ellos mismos, usando láminas de acetato e implementos que les regalaron.
Se les ocurrió acudir a las redes sociales. "Mira: yo sé hacer esto. Solo pido que me ayuden con materiales", rememora Ángelo.
Recaudaron lo suficiente para hacer 100 máscaras que armaron en el suelo de la casa de uno de los integrantes del equipo, ubicada al final de un estrecho pasadizo de viviendas de bloques y techos de zinc.
Luego de varios ensayos, lecturas y tutoriales, el quinteto creó una máscara con una pantalla de acetato movible que se ajusta con una cinta elástica.
"Teniendo todo el material en la mesa, uno dice: 'Coño, no quiero parar nunca'", ríe Leyermer, recordando haber trabajado hasta la medianoche armando los protectores que empezaron repartiendo en su comunidad.
Ahora canalizan entregas a personal de salud a través de organizaciones no gubernamentales.
CARRERA CONTRA LA INFLACIÓN
Como el resto de los venezolanos, los jóvenes compiten contra la hiperinflación, uno de los síntomas de la asfixiante crisis económica que, según la ONU, ha llevado a 5 millones de personas a dejar el país desde finales de 2015.
Su presupuesto de tres dólares para fabricar cada protector quedó rápidamente desactualizado.
"Toca caminar bastante" para conseguir materiales baratos, cuenta Ángelo.
La inflación es tan voraz, que incluso afecta precios expresados en dólares. En agosto, acumuló hasta 3.078% desde el mismo mes de 2019, según cifras del Parlamento opositor. AFP