Circula por las redes sociales un sondeo reciente (con datos levantados a finales del pasado mes de octubre) de una conocida encuestadora venezolana, que muestra niveles de aprobación bastante bajos –entre el 25 y el 15% de gestión calificada como positiva- para el liderazgo opositor, y más bajos aún –escasamente el 15% de calificación positiva- para el régimen chavista. Nada nuevo hasta aquí. Aunque hay informes que daban el pasado mes de agosto un nivel de aprobación de hasta 40% a Juan Guaidó, el favor popular y el poder de convocatoria, tanto del gobierno interino como de los demás dirigentes de la oposición, ha presentado una tendencia descendente, sin pausa y con alguna prisa, desde sus máximos de principios del año pasado. Por su parte, el deslave económico, social, institucional y humanitario impulsado por la dictadura no puede merecer otra cosa que un pulgar hacia abajo, mantenido y firme.

La gestión opositora enfrenta una prueba de fuego con la consulta programada para los días 7 al 12 de diciembre, mientras que el chavismo tiene montado su culebrón electoral legislativo el 6 de diciembre. Muy poca gente apuesta porque más de la quinta parte del electorado, según varios sondeos y tomando cifras optimistas, se presente a votar el 6D, aunque ya sabemos cómo los rojos sacan votos del sombrero cuando hace falta. En el cuartel opositor, las cifras de votantes potenciales para la consulta son inciertas y dependerán de que se despierte un entusiasmo entre la gente, que aún está por verse. De los casi 21 millones de personas que figuran en el registro electoral, hará falta que acuda a las urnas –o vote en línea- al menos el 40%, para cantar victoria por superar el número de sufragios de 2017. Lo que se hará con esa victoria, de ocurrir, y su carácter vinculante es harina de otro costal.

Un asunto sobre la encuesta de octubre que llama la atención, por su relevancia y por el momento electoral en el que los datos llegan a las redes, es que el finado Hugo Chávez es uno de los personajes políticos evaluados en el sondeo. Y a la pregunta de cómo se evalúa la gestión de Chávez por el bienestar del país (mientras fue presidente, por supuesto), un sorprendente 61% de los interrogados ofrece una respuesta en positivo (una gestión de regular hacia buena, buena y muy buena). Si esto es un reflejo de la realidad, el panorama es muy culebrero, por decir lo menos.

No se puede asegurar que el 61% sea representativo, ni que haya un error o que la muestra haya sido la más idónea. Tampoco hay más datos disponibles porque no he encontrado otro sondeo público en el que se haya mostrado información sobre esa preferencia. Lo que sí es un hecho es que la respuesta del público, de ser cierta, no tiene nada de trivial y debe ser repreguntada por los que hacen vida política para enterarse del suelo que pisan. No se puede rescatar al país sin saber lo que piensa la gente, sobre todo en un tema que es equivalente a escoger entre democracia y dictadura. El esfuerzo faraónico de democratizar a Venezuela debe partir de un conocimiento profundo de la cultura política de la gente y sus inclinaciones actuales, o la alternativa es la tiradera de flechas sin saber dónde queda la diana.

Hasta ahora, solo se puede decir que hay un dato estadístico indicando que más de la mitad de la sociedad venezolana no ha hecho la conexión entre la calamidad que está ocurriendo en el país y el que la sembró. Según ese dato, la gente no se ha dado cuenta de que el galáctico fue quien rompió los cimientos del país, mientras que su heredero lo que hizo fue recostarse para que se cayera. Un porcentaje que revela la efectividad de la campaña del chavismo –a veces con el concurso ingenuo de líderes de la oposición- de separar a Chávez de Maduro. Y finalmente, una indicación de que otro populista vendedor de espejitos y destructor de riqueza puede estar a la vuelta de la esquina, mientras los demócratas miran hacia sus respectivos ombligos, porque el colectivo no aprendió la lección.




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