La reciente entrevista que le hizo César Miguel Rondón al periodista Luis Carlos Díaz, con motivo del archivode suexpediente y el cese de las medidas de coerción, fuede una sencillez aterradora. Sin alharacas ni exclamaciones, en poco más de 10 minutos,Díaz –acusado por Diosdado Cabello de causar un mega apagón de electricidad-le dio un repaso a la indefensión que enfrentan los venezolanos al vivir bajo un régimen forajido y sin límites, donde los poderosos tienen una especie de licencia doble cero sobre cualquier ciudadano y donde no valen leyes ni abogados ni derecho a la defensa. En términos prácticos, resulta quequienes mandanhacen lo que les da la gana y se han asignadola potestaddeencarcelar o sacar de prisión a cualquiera; con el aderezo de que los abusos no son casuales ni aleatorios, porque todo cae dentro del perverso libreto diseñado y ejecutado para sembrar el terror y tener a la población –especialmente a las especies peligrosas como los comunicadores y opositores- asustados y con la rienda corta.

El cuento es conocido porque ha ocurrido miles de veces en estas décadas de revolución represora, pero escucharlo en directo de parte de la víctima tiene el efecto de hacerlo especialmente perturbador.Uno no puede evitar ponerse en los zapatos de Luis Carlos y tener una idea de lo que se debe sentiren una situación tan injusta como extrema. En síntesis, lo de siempre: unos tipos armados, montados en camionetotas grises, sin placas, lo siguieron mientras iba en bicicleta a su casa, lo interceptaron y sin mostrar ninguna identificación, excepto los cañones de las armas, lo invitaron a que los acompañara a una entrevista. Corría el mes de marzo de 2019. Una vez secuestrado, le taparon la cabeza con una capucha y lo llevaron a un lugar –una casa en algún lugar del centro de Caracas- que no era otra cosa que un centro clandestino de detención y tortura, donde pasó varias horas sin permitirle contacto con nadie.

Mientras estuvo en la cueva del terror fue torturado –física y mentalmente- por horas. Lo presionaban para que grabara un video en el que se incriminara como responsable del apagón.Para tratar de quebrarlo le dijeron que a su esposaNakytambién la habían detenido, con el sensible detalle –que conocían los esbirros- de que ellaestaba enferma de cáncer y en pleno tratamiento de quimioterapia. Finalizada la sesión de tortura lo llevaron a su casa,yen su presencia y la de su mujer –que obviamente no estaba detenida- allanaronla vivienda sin mayores contemplaciones. Se robaron todos los equipos electrónicos y el dinero que tenía guardado para la operación de Naky (durante la tortura lo habían obligado a decir dónde y cuánto dinero tenía), lo dejaron buscar una muda de ropa y lo trasladaronal Helicoide.

Debido en parte a la presión de la opinión pública y a las gestiones de varios gobiernos extranjeros quedó en libertada los pocos días, pero con condiciones:tenía prohibido salir del país y no podíadar ninguna declaración sobre su caso. Como daño colateral, con el robo de las computadoras se quedó sin trabajo y el dinero faltantesignificó un año de retraso en la intervención médica. Pudo reponerse parcialmente durante la pandemia y ahora, luego de la decisión de la jueza que lleva su caso, tiene levantadas las restricciones de palabra y movimiento que lo acompañaron por casi 3 años. Por supuesto, anda con cuidado y con pies de plomo porque luego de “sentir todo el poder del Estado en tu contra”, según sus propias palabras, no debe ser fácil regresar a la vida como que aquí estamos y yo pago la próxima ronda.

Esto pasa en Venezuela, a cada rato. Los presos políticos se cuentan por cientos, y muchos de ellos –probablemente la mayoría- han sido secuestrados sin legalidad ni debido procesoy lanzados a un calabozo. Los crímenes cometidos por el régimen no son un cuento, ni los ha inventado el Imperio. Son de verdad, tienen nombre y apellido, muchos de ellos documentados con desapariciones, asesinatos y torturas. Así es el país que montó el chavismo.




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