En el principio mesonero fue la persona que tenia a su cargo un mesón. Después el vocablo se trasladó a quienes atienen las mesas de un café o restaurante.

Un mesonero profesional debe ser discretamente invisible. Bien Informado sobre el menú, inteligente para adivinar gustos y prudente para no presionar. Amable sin ser amistoso. Un esquema que, entre nosotros, cambia inmediatamente, desde que alguien lo solicita con un “ven acá amigo”.

Al comienzo de Don Quijote, cuando ocurre su primera salida al mundo de sus fantasías, se encuentra una venta en la que el dueño es quien lo atiende directamente.

Hasta finales de los cuarenta esto era usual en Valencia. Así ocurrió con La Línea que comenzó como un lugar atendido por el matrimonio que lo fundó, hasta que el incremento de clientes hizo que entraran en escena el famoso Cruz con su grito de ataque, Pablo, Yolanda y Gladys mesoneros que no dejaban esperando a nadie.

Don Quijote, en su segunda salida, andante ya en despoblado, topa de nuevo con una venta. Pero esta vez junto al propietario, a su esposa y su hija, hay una moza asturiana, de nombre Maritornes, que presta sus servicios allí, cuyo rostro y estatura Cervantes describe con precisión.

Esa precisión no existe en los servidos. Se esfuman primero los nombres, luego sus apodos y finalmente sus rostros. Nuestros recuerdos sobre ellos a menudo se quedan en la punta de la lengua.

Muchos de los mesoneros de Valencia son ejemplo de laboriosidad, pilares de familias estables, emblemas de la formación de fortunas bien ganadas. Alain Krauss y Pepe González trabajaron codo a codo en el Country Club, en el Brahman Gril y otros comederos de la ciudad hasta hacerse propietarios fundadores de La Grillade. Luego Alain se separó y creó Tiberius.

El recordado y apreciado Señor Manuel Faría llegó de Madeira, después de dos semanas de viaje en el Santa María y comenzó a trabajar como mesonero. A fuerza de sudor reunió para fundar La Cabaña, en Guataparo y desarrolló varios negocios importantes. Allí se formaron excelentes mesoneros como el lusitano Juan Andrade, quien junto a su hermano Eduardo, trabajó en La California, sitio de encuentro mañanero de profesores y estudiantes de Derecho. También salió de su barra, José Manuel, quien posteriormente estableció La Valenciana en la Av Lara.

En los testimonios de un Juicio de Residencia de 1566 aparece el primer registro sobre la existencia de una venta en Valencia. Allí se menciona a Alonso Díaz, pariente de Vicente Díaz, quien funda el Hato Buena Vista a dos leguas y media de Valencia en {a ruta hacia Borburata y en cuya casa ”se solia hacer noche y jornada” según declaración de Alonso Bernárdez, implicado principal en el juicio. Seguramente caballos y viajeros eran atendidos por esclavos.

Uno de los más afamados mesoneros de Valencia surgió de La Michelena, Julio Noguera, quien inauguró el Restaurant del Intercontinental. Julio dirigía y formaba a señores de la buena atención como el gocho Antonio Cadenas, José Antonio Moreno, residente en El Calvario y Dimas Méndez, trujillano que se sumó al oficio apenas terminó el servicio militar.

Años después el Mar Chica contrató a Natera como capitán de mesoneros y se reforzó con dos emergentes, Dimas de su equipo y Donato, un pupilo de Alain. Estos dos ilustres señores, han dado sus sugerencias a infinidad de valencianos en los últimos 40 años. Hoy son capitanes de sala.

Ante el avance de los andinos con su Revolución Liberal Restauradora, los pudientes de la Valencia de entonces se prepararon para recibir al Presidente Andrade. Ofreció ý alistó su casa para hospedar al Presidente, Ramón Tello Mendoza. Pero Andrade jamás llegó.
La batalla se libró entre el 14 y 15 de septiembre de 1899 y concluyó con el triunfo de Castro. Tello Mendoza y sus amigos se fueron a Tocuyito a ofrecerle al vencedor que fuera huésped de honor en la casa que Ramón Tello Mendoza había preparado para él. El herido descansó en ella, mientras lo complacían con brandy y un amargo ruso que le gustó al Cabito, servido por un delicado mesonero instruido por Manuel Corao.

Un mesonero que llenó su alcancía de propinas en el restaurante del Hotel Don Pelayo la reventó para hacerse socio de El Toro Rojo. Pedro y Paco Avila se iniciaron como mesoneros en El Mayantigo y al final, Pedro montó Los Toneles y Paco incursionó en sociedad con paisanos españoles en varios locales de comida.

¿Cuantos secretos guardan los mesoneros de Valencia? Al contrario que la mayoría de sus clientes, ellos si recuerdan caras, apellidos y cuentos. Pero su memoria esta atada por una cinta llena de silencios.

Orlando Mendoza uno de los mejores capitanes de Valencia hizo su vida profesional en concurridos restaurantes. Igual que Pedro Figueroa y Heriberto “siete vidas”, egresado de la U.C. como abogado. Kico Hallaquita recuerda clientes de El Tinajero y Argenis en el Restaurante La Negra del Mercado Periférico guardaba nombres de sus famosos en una libreta para no fiarse de su memoria.

Nadie sabe quien atendió a Páez en la primera residencia presidencial de Venezuela. Pero Basilio y Duarte en la cafetería San Francisco eran muy populares. El bejumero Luis Martinez fue conocido en Los Mimosos. Los 4 hermanos Moreno, oriundos de Tinaquillo fueron celebrados en El Safari. Pedro Amaya fue una referencia como mesonero en La Encrucijada de Campo Carabobo.

En Valencia subsisten y sobreponen las capas de varias ciudades. Al recorrer la de los mesoneros, que es una, surgen personajes y anécdotas extraordinarias. Son un estrato ocupacional importante para el apoyo y la construcción del sentimiento cívico de la valencianidad.

A veces cuando los comensales hacían señas para pagar, el mesonero informaba que no se debía nada porque el señor tal la había cancelado. O a la inversa, al revisar el monto el mesonero informaba que unos Wiskis de más los había mandado a sumar alguien de otra mesa.

Entre los criterios para acreditar la excelencia de un buen lugar hay que colocar además de la buena cocina y la consistente bodega de vinos, la atención de sus mesoneros.
En el Country Club trabajaron mesoneros como Romano socio de la Hostería del Rey, Suzo que se independizó con El Galeón y Ricardo Masa el eterno mesonero del patio de bolas porque conocía el gusto de todos los bebedores Había un mesonero para la Sala de Damas que cuando era requerido en la entrada del bar solo para hombres, se tocaba una campana de aviso.

El humor también forma parte de la atención, como lo expresó muy bien el célebre Fortunato, mesonero del Oh que bueno de El Viñedo. Habría que agregar al ocurrente y sonriente Aldo, mesonero histórico en la OO7. Pero José Ramírez de El Sombrero, mesonero de El arepazo criollo, no tenía par. Si se le pedía una recomendación, se acercaba al cliente y decía en voz baja: vaya a otra arepera.

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