El rostro de una joven de 26 años refleja cansancio, desesperación, tristeza y un profundo dolor al ver a toda su familia con un cuadro de desnutrición. Así vive Angélica Velásquez,  una madre de seis niños que junto a su esposo luchan día a día por alimentar a sus hijos con lo que consigan. Un caso más que refleja la grave crisis de Venezuela, donde el amor de familia es el único alimento. 

Ella pesa 41 kilos.  Su residencia se ubica en la calle circunvalación del barrio Las Flores, en la parroquia Mariara del municipio Diego Ibarra. Es una zona altamente peligrosa, tanto que deben esperar que salga el sol, luego de las 6:20 a.m, para salir de su hogar. Deben regresar antes que caiga la noche.

Velásquez vive en un rancho. Apenas entra una litera para los cinco hijos y una cama improvisada donde recuesta su cuerpo junto a su marido y su niño de un año.

El miedo no solo es a morir de hambre. También teme que alguno de sus niños pueda caer al vacío que está detrás de su casa, junto a una quebrada.

Esta humilde familia come una o dos veces al día. Ya hace más de un año que viven esa realidad. Uno de sus hijos, el de 4 años, presentó un cuadro de desnutrición muy complicado que ameritó traslado al Hospital Central de Maracay. Pesaba 5 kilos, algo inferior para su edad, y la  hemoglobina en cinco. “El bebé estaba casi muerto” recuerda su madre.

Miguel, el hijo mayor de Velásquez, pesa 22 kilogramos a sus 10 años. Sigue la única niña, de 9 años, que pesa 15 kilogramos. Un varón de 7 años pesa  16 kilo y el de 5 años alcanza los 10 kilos, lo mismo que el pequeño de 4 años. El menor, de tan solo un año, pesa 8 kilos.

La joven se quedó sin trabajo desde hace mucho tiempo. Se le ha dificultado conseguir otro porque no tiene quien cuide a sus hijos más pequeños. Cuando corre con suerte de que alguien cuide a sus hijos, sale en busca de dinero para obtener algo de comer y repartirlo en casa. Nunca le ha gustado pedir en la calle, valores que ha transmitido a todos sus hijos.

Su esposo trabaja y el pago que recibe es de 30 mil bolívares a la semana. Los dos niños más pequeños se consumen casi todo el sueldo por los medicamentos que requieren. Lo que queda alcanza para arroz pico y frijol. “Si compraba arroz era solamente eso, no podía comprar el salado”.

Esta familia no sabe qué es comer pollo ni ninguna otra proteína desde hace mucho tiempo. Los tres hijos mayores van al colegio para almorzar. Los de 5 y 4 años, por su estado avanzado de desnutrición, no son aceptados en ninguna escuela. Son un riesgo para la institución.

Angélica Velásquez contó que a veces los niños grandes se van sin desayunar y se encuentran con que no hay comida ese día para el almuerzo. Cuando esto pasa les da un dolor de cabeza muy fuerte, el mayor se ha desmayado en varias oportunidades. Por ese motivo el año escolar anterior fueron más los días que faltaron que los que asistieron.

Hace un año Velásquez podía tener en su mesa las tres comidas y alguna merienda. Una arepa con mantequilla y queso, acompañado de un vaso de leche o algún jugo para el desayuno. A media mañana los niños contaban con una merienda, bien sea un vaso de leche con cereal, pan relleno o alguna galleta. En el almuerzo comían arroz, granos y carne molida o pollo, y en la cena, arroz con carne y un vaso de leche.

Hoy solo comen arroz pico con frijol, tanto en el almuerzo como en la cena. Se sientan a la mesa a las 11:00 a.m y a las 7:00 p.m para aguantar la ansiedad y no dormir con el estómago vacío.

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Una pequeña comunidad de cristianos apoya a esta familia. La fundación Esperanza de Vida les da medicamentos y la joven es beneficiaria de la tarjeta hogares de la patria.

DÍA A DÍA

“Se me parte el alma cuando hay días que no les puedo dar de comer a mi hijos, es fuerte verlos llorar; el de 4 años casi se me muere en casa”, relata Velásquez con profundo dolor Ella y su esposo han pasado más de tres días sin comer para alimentar a sus hijos.

Velásquez prohibió a sus seis niños salir a la calle a pedir. Es riesgoso, prefieren aguantar el hambre en casa, mientras los pequeños lloran, gritan y se retuercen en la cama quejándose porque quieren comer. No reciben nada.

Los más pequeños han pasado hasta cuatro días seguidos en la cama aquejados por la falta de energía. Angélica se desespera, pero no tiene con qué alimentarlos.

Cuando se le complica comprar el arroz pico, que cuesta más de 12 mil bolívares, deja  a un lado la vergüenza y  habla con los vendedores de cambur para llevarl algo de comer a sus hijos. “No tengo nada que darles, el cambur lo sancocho y le doy la mitad a cada uno para que aguanten”.

La caja  CLAP llega cada tres meses o más. Cuando pueden comprarla, la cuidan como un tesoro para que les rinda hasta por un mes.

AMOR DE UN HIJO MAYOR

El hijo mayor también ha dejado de comer para darle su comida a sus hermanos pequeños. Lo hace cuando observa sus ojos rojos de tanto llorar, producto del dolor de cabeza que genera el hambre.

El niño de 10 años todos los días insiste en buscar un trabajo para ayudar a su familia. Quiere aportar algo para la casa. Su mamá le contesta que necesita ir a la escuela. Ella no quiere que sus hijos sean analfabetas, sino profesionales con un futuro que los ayude a surgir.

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Miguel es un niño valiente, con un corazón lleno de amor por su familia. Un día vio a su mamá vomitar hasta desmayarse del hambre. Decidió salir en búsqueda de algo para llevar a su casa. De Mariara se fue a Maracay, en  Aragua. Consiguió un kilo de arroz entero, algo que hace mucho tiempo no llegaba a su casa.

Su mamá estaba asustada, pero él solo contestaba que no podía permitir que ella muriera de hambre. “Si eso pasa, nosotros también moriremos de hambre”. Ella no le llamó la atención fuertemente, él intenta cada día ayudar a todos.

Él sabía a qué se enfrentaría al llegar a casa. Su madre siempre les ha dicho que es preferible pasar hambre que estar mendigando comida o dinero.

Estos valores sostienen a esta familia de ocho integrantes con desnutrición: El apoyo mutuo, el amor y la dignidad. Un reflejo de una Venezuela en profunda crisis.




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