Década de los sesenta, siglo pasado. La Valencia americana tiene ante sí un futuro color verde esperanza, con destellos azul eléctrico. Su crecimiento alcanza una impresionante velocidad, con la instalación de grandes industrias en la recién creada Zona Industrial Municipal, y las sabanas al sur, hasta entonces dedicadas a la agricultura y la ganadería, comienzan a servir para el establecimiento de barriadas con viviendas precarias donde albergar a la ola de recién llegados, atraídos por la oferta de empleos para las florecientes actividades de todos los sectores de la economía. La ciudad también se expande a ambos lados de su eje principal, la Avenida Bolívar (nacen El Trigal y Lomas del Este) y
más: alcanza hasta Naguanagua.

Hasta entonces, el suministro de alimentos y bienes de consumo se cumple con la existencia de abastos y bodegas, como en todo pueblo, pero Valencia ya no es pueblo: pasa a ser una gran ciudad y comienzan a establecerse los entonces llamados “supermercados” o “automercados” al estilo norteamericano, pero para las zonas con pobladores de menos recursos solamente existen todavía el Mercado Principal, en el centro de la ciudad, y el Mercado Libre hacia el sector suroeste. El primero presenta problemas, pues contribuye a la congestión del tráfico en las estrechas calles del centro, agravada por la deficiencia de puestos de estacionamiento en la zona; y en el segundo la oferta no es
regular y continua.

Para ampliar y regularizar el suministro de bienes de consumo, el Concejo Municipal, a través de la Fundación para el Desarrollo Industrial y Sanitario de Valencia (FUNVAL) decide programar una red de mercados, uno en cada municipio.

Para la construcción del primer Mercado Periférico se escogió al Municipio Candelaria, por ser éste un sector importante de viviendas para la clase de bajos recursos, y por ser el más próximo a las nuevas zonas de viviendas para obreros y trabajadores allende la Autopista de Circunvalación Sur. Los próximos Mercados Periféricos serían en Santa Rosa y San Blas.

Seleccionado el terreno en la avenida Aranzazu con una extensión de 9500 metros cuadrados, realizamos el proyecto de construcción. Un gran espacio cubierto por un techo de elementos de concreto, de forma de paraguas invertido, cuadrado, de diez metros por lado, para un total de 7700 metros cuadrados. Cada elemento era independiente, y podían ser agrupados de cualquier forma, adaptándose a las dimensiones de los terrenos que se irían seleccionando para cada mercado en las zonas ya mencionadas y subsiguientes.

Por razones que desconozco, no se construyeron los demás. Transcurridos varios años, se hizo evidente la insuficiencia del Mercado Periférico, pues a sus puestos concurría gran parte de la población de Valencia, y compradores venidos de urbanizaciones y barriadas distantes colmaban los pasillos internos. Para paliar la deficiencia se procedió a ampliar el edificio existente, agregando en el lugar destinado a estacionamiento un galpón metálico que alteró hacia peor el diseño original, completándose la infeliz intervención con el agregado a las fachadas de unas falsas columnas, y el recubrimiento de las paredes exteriores con tablillas que simulan ladrillos. Tal vez, lo invertido en tan disparatada modificación pudo haber servido para ayudar a costear un nuevo mercado, continuando así el proyecto que mejoraría el suministro de bienes de consumo a la creciente población.

Un episodio, entre tantos, de la Valencia que pudo haber sido y no fue.




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