“Las lágrimas más amargas derramadas sobre nuestras tumbas son por las palabras nunca dichas y las obras inacabadas.” Harriet Beecher

Vivimos en un ambiente en el cual, más que el aire y el agua, es la moral la que se encuentra contaminada. Son muchos años desconfiando, juzgando y exigiendo a los demás el cumplimiento de nuestras propias responsabilidades. No tan solo términos como productividad, calidad, competitividad se han perdido, sino que igualmente hemos extraviado conceptos mucho más humanos e indispensables para enfrentar la ruindad de este régimen.

Nos referimos a la tolerancia, a la humildad, a la amistad, a la solidaridad, que a veces aparecen como frases-cohetes en las redes, pero distanciadas de su justa dimensión y profundidad. Tal vez la estulticia, la desconfianza en los otros, la desesperanza más que aprendida, condicionada; el temor o el simple cansancio, nos ha ido acostumbrando a este sistema perverso, usurpador y corrupto. Pareciera que veinticinco años de repetidos extravíos contribuyen a aceptarlo como una realidad ineludible e inalterable.

Sin embargo, estos no deben ser momentos de apatía, desconfianza, de escepticismo, de temor o de renuncia. Como tampoco del cálculo, la intriga o esas artimañas pragmáticas que suelen conocerse como «químicas políticas». Valorar la labor electoral y lo que ella lleva implícito en estos tiempos de tanta incertidumbre, es la mejor apuesta a futuro y el mejor antídoto contra esta ruindad hecha gobierno y su recurrente aspiración a perpetuarse en el poder.

No es perdonable ni justificable la aquiescencia o la cobardía ante desmesura del poder; como también resulta imprescindible identificar contra quien es la lucha, con la debida sindéresis y sin dejarnos llevar por sentimientos innobles. La política es una lucha continua entre el ser y el deber ser. Con un pensamiento político contaminado por el pragmatismo ramplón del “esto es lo que hay”, del “no queda de otra”, no es de extrañar que la palabra ego aparezca en la palestra de las redes, asociada con la cháchara del momento, obviando que la vanidad, la altanería y la soberbia de sentirse por encima de los otros, más que una impertinencia, suele ser un irrespeto a quien piensa diferente, al olvidar que la ciudadanía se construye sobre las diferencias.

Así las cosas, no posterguemos la obligación que cada uno tiene en esta comprometida brega, pues nuestra responsabilidad es perseverar en el cumplimiento de un deber cívico como lo es organizarnos debidamente para el proceso electoral que se aproxima. Si así lo comprendemos, si realmente tomamos conciencia de ello, la cuesta será menos empinada y el horizonte libertario se divisará con mayor claridad.

Manuel Barreto Hernaiz

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