Por más que tratemos de sacarle el cuerpo a temas trillados como, por ejemplo, la calificación de Nicolás Maduro de presidente usurpador, y de Juan Guaidó como presidente encargado de la República Bolivariana de Venezuela, es tarea imposible de obviar.  Esta circunstancia se produce por lo trascendental del hecho, que pudiera transformar una dictadura inhumana en una democracia próspera, anhelada por más del 80 % de los venezolanos.

«Deben ser el pueblo de Venezuela, la Fuerza Armada, la comunidad internacional, quienes nos lleven a asumir claramente el mandato que no vamos a escurrir, que vamos a ejercer», «A esa familia militar que quiere cambio, que quiere lo mismo que nosotros, le hacemos un nuevo llamado. Aquí está la legítima Asamblea Nacional que claro que asume su responsabilidad y la va a asumir». Esto dijo Juan Guaidó en el Cabildo Abierto  de Caracas el 11 de enero de 2019.

Desde hace más de un año, cuando de manera intespectiva la Mesa de la Unidad Democrática decide abandonar las calles la oposición no lograba reunir a la sociedad civil, disidentes y disconformes con el régimen, estudiantes, sindicatos, instituciones y gremios empresariales e industriales, colegios profesionales, para presionar que el gobierno respete la Constitución vigente; y ahora, que Maduro abandone Miraflores.

Esta es una nueva cruzada que pudiera ser perfectamente concluyente. Solo hace falta que la fuerza militar y los cuerpos de seguridad del Estado decidan ajustarse al contenido de la Carta Magna para que la situación del país se enrumbe por el camino de la libertad.

No es que la base de sustentación del régimen sea precaria, eso quisiéramos todos, sino que depende de un solo elemento, el militar.  No está asentada en el poder del Tribunal Supremo de Justicia ni en el de la Constituyente. Tampoco en los recursos económicos que han mermado y otras veces han sido utilizados para abultar impunemente las cuentas bancarias de cientos de funcionarios y sus comanditas.  De manera que pender de un solo hilo, por muy acerado que este sea, siempre es sumamente peligroso la dependencia de un factor único.

Por estas razones, la Asamblea Nacional (AN) aprobará en sesión ordinaria un decreto para otorgar amnistía y garantías constitucionales a militares y civiles que contribuyan en la defensa de la Constitución. Ya basta el uso de las armas de la República para apuntar contra los cuerpos descubiertos de centenares de jóvenes que brindaron sus vidas para retornar a la libertad.

Los hombres de armas venezolanos deben estar viviendo, como nunca antes, la presión de todo un país que les pide, les ruega, que se pongan del lado de la ley, ya que en sus manos descansa la posibilidad de extinguir la infame diáspora, la migración en busca de auxilio, que vuelvan a la tierra de sus añoranzas que este régimen usurpador los echó a vivir como raros forasteros.

Tengamos presente que lo que está sucediendo hoy en el país no es consecuencia del azar ni de cambios cíclicos ni de derivaciones de hechos fortuitos o accidentales.  No, nada más lejos de la realidad.  Estamos muy cerca de arrojar al usurpador Nicolás Maduro porque en ningún momento, en estos trágicos 20 años de socialismo-comunismo, nunca, entiéndase bien, nunca, el venezolano dejó de hacer algo, o de pensar cómo reencontrarse con la libertad. Cómo volver a la civilidad, cómo rescatar la ética, la moralidad, el concepto de familia.  Por eso mismo, estamos a cortos pasos de los portones de Miraflores, pero, que quede claro, no por cuestiones de azar ni porque se hayan alineado los planetas.

Termino con la sugerencia del amigo, exrector de la UC, Elis Mercado: “Sigo tercamente insistiendo en combinar el valor con la prudencia.  Guaidó capeó bien el burdo episodio de su detención. Demostró aplomo y valor como debe ser”

garciamarvez@gmail.com

 




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