Desde el año 1998, la sociedad venezolana le ha permitido a la hegemonía que gobierna cometer toda suerte de tropelías en consecuencia hemos permitido desde que nos cambiaran el nombre al país, hasta el inédito caso de ajustar el precio del combustible en dólares, pasando por la censura, cierre de medios de comunicación y desde luego la instalación de la más abyecta cleptocracia instalada por unos cacos perversos, pero efectivos en sus mecanismos de control.

No existe una contrapartida a tanta suma de infundios, por el contrario se termina pactando con la inmoralidad en el poder, para agradecer cualquier dádiva que decidan darnos cuando es su responsabilidad, se apropiaron de más de tres mil millones de dólares desde PDVSA y esto solo se trata como una escenificación abyecta de las bragas naranja a guisa de las dagas largas.

La renuncia del Ministro de Petróleo no nos resarce en lo más mínimo, seguimos siendo un país con hambre, sin hospitales, con maestros condenados a la miseria y en medio de una diáspora que no se detiene, entramos en una hipnosis colectiva bajo, la cual se acepta que Nicolás Maduro, es el paladín de la honestidad, tres meses llevan ,los empleados públicos en las  calles y la respuesta es que el presupuesto no alcanza para aumentos salariales, pero es flexible para el robo, la rapiña y el saqueo.

Sencillamente cada vez estamos más solos, extraviados, envilecidos y condenados a subsistir, solamente a vivir con lo justo, haciendo cálculos y dividiendo entre 25 los salarios percibidos, las limosnas que llegan a través de ominosa plataforma patria, a los miserables les llegan 30 dólares, mientras que a los empleados de confianza se le asignan 200 dólares, una mayor incoherencia sería imposible, pero este es el país que se arregló robando a diestra y siniestra, en medio de la mayor miseria vivida.

No comprendo como el ministro de Petróleo, no es procesado también, claro a el lo cubre la égida de la revolución, unos si pueden y otros no, la justicia no es distributiva y menos equitativa, entonces al diablo todos los tratados de derecho y filosofía, al demonio la decencia y la ética, perdidos en la miseria, abandonados a la buena de dios y ahora con una policía especial anticorrupción, Orwell 1984, el culmen de la distopia totalitaria.

Dejamos de ser un país y consecuentamos el horror, la levedad y el nihilismo de la corrupción, es cada vez más complejo escribir, pues es el parte de la terapia intensiva de u  paciente que a diario se agrava, más amanecerá si es que ocurre y veremos.




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