La adolescencia es un periodo mágico donde existe un sin número de cambios físicos, fisiológicos, emocionales, conceptuales, académicos, psicológicos, filosóficos y espirituales. Este periodo de vida lleva consigo una gran cantidad de retos que debemos superar juntos.

La adolescencia es un espacio de vida para compartir, para crear, para soñar, para creer. Es una encrucijada de muchos caminos, donde hay un sin número de influjos de todo tipo que confluyen en un ser con pocas herramientas para enfrentar y procesar de manera armónica todas aquellas situaciones que están cambiando su vida, su rol en el hogar, en el colegio, en su medio social, en su comunidad y aunque nos parezca utópico en el mundo en general.

Esta tormenta que llega de una forma inesperada y arrolladora implica una gran cantidad de eventos nuevos a los cuales nos debemos adaptar. Los padres, que cumplimos un rol fundamental pasamos de héroes a villanos, los profesores ahora se convierten en una roca difícil de atravesar. Las instituciones comienzan a cobrar vida. Las responsabilidades cambian y a veces se hacen muy difíciles de llevar.

En este contexto, el adolescente tiene pocas opciones y es donde los amigos, los medios de comunicación, la globalización, comienzan a tomar un valor preponderante en sus vidas. Se ven envueltos en un estado de vulnerabilidad tal, que hace que su estructura toda se comience a tambalear. Comienzan a cuestionar el amor de sus padres, confunden los conceptos -por ejemplo- libertinaje y libertad. Se sienten atrapados, con dificultad para manejar la frustración, piensan que los espacios donde se desenvuelven no existen los elementos necesarios para satisfacer sus necesidades.

En los tiempos actuales, los adolescentes contemporáneos experimentan sentimientos de decepción, aunque se enmascaran bajo una apariencia de conformidad y disfrute superficial en forma de consumo o de ocio juvenil de fin de semana, como si de un intento de adaptación no traumática a una realidad que se intenta simular. Semejantes contradicciones ponen en  evidenciada una vitalidad, efervescencia, ilusión, tristeza y hasta desesperación definiendo  una etapa donde la ropa que se lleva, las modas y los efímeros mitos cobran un valor inusitados”.

En consecuencia, abundan los señuelos mediante los cuales se distrae a los jóvenes de sus auténticas búsquedas. Semejantes encantamientos de un mundo desencantado, adoptando como propia la expresión son fuegos artificiales -en forma de disciplinamientos, búsquedas comunes, conciencias colectivas, normas y desviaciones, discursos ideologizados y estatutos de verdad-, que representan artefactos diseñados como “bienes” impunes para adolescentes y jóvenes, en virtud de los cuales se enmascaran intencionalmente los sentimientos generalizados de desánimo e incomprensión ante búsquedas no satisfechas que se experimentan durante la adolescencia social como estado de moratoria.

Los adolescentes necesitan referencias y referentes; iconos, valores que en su condición de inestabilidad actúen como elementos que contribuyan a dar sentido a sus búsquedas.

Es allí donde debemos actuar, convertirnos en una opción posible, con la capacidad de ofertar una propuesta de vida que para ellos sea realmente racional. Que puedan digerir y aceptar, es por eso que debemos asumir nuestra verdadera responsabilidad y convertirnos en un promotor de conductas, ideas, intenciones, en fin en un gran boom publicitario donde nuestras innovaciones, propuestas y acciones brillen aun más que eso fuegos artificiales que los bombardean sin parar.

Indudablemente tenemos que ser creativos, con propuestas atractivas y confiables que nos permitan no solo hacer uso de nuestros recursos, sino que a la vez nuestros adolescentes se sientan apoderados y protagonistas de todas estas acciones que vamos a emprender y consolidar juntos.




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