Aristóteles consideraba al ser humano como Zoon Politikón, o sea, un ciudadano cívico o bien, literalmente, un animal político, el cual tan sólo alcanzaba la virtud, la justicia y la felicidad mediante la relación con los otros, socialmente, en la ciudad, en la Polis, o sea, políticamente.

Para el filósofo la polis (ciudad-estado) representaba el fin de la sociedad; y sólo en la polis, en la participación comunitaria (Koinomía) podía el hombre practicar su virtud (areté) y lograr su felicidad. Para los griegos, la política era el espacio en donde la palabra se intercambiaba, el espacio público, el Agora.
La relación entre política y comunicación la estableció Aristóteles hace más de 2.300 años, cuando en «LA POLITICA» señala que los seres políticos son los únicos animales dotados con la facultad de hablar, y en «LA RETORICA», cuando definía a la misma como referida a los medios de persuasión. Desde entonces, política y persuasión van de la mano como partes esenciales de la naturaleza humana.

Hoy nos encontramos, en el medio político, en particular, así como también en el medio social, que la palabra pareciera no logra decir lo que espera el escuchar el ávido interlocutor, lo que nos indica que la crisis política es también una crisis de lenguaje, y el hombre es político porque es un ser de palabra.

Y es precisamente esta crisis de la palabra, o del lenguaje -o hasta de la incontinencia verbal- lo que provoca tanta desorientación, incertidumbre y confusión.

Ya que no sabemos a qué atenernos ni en quién confiar, es menester replantearnos qué tenemos, hoy por hoy, como política, y cuál es su identidad, si es que la tiene, porque la política, en fin de cuentas, es el esfuerzo del ciudadano por querer un espacio más humano, y por qué no, con moral, principios y valores.

Ni el Estado, ni un partido político deben definir y, menos aún, decretar lo que es verdadero o bueno para el ciudadano. Así tan sólo actúan los regímenes totalitarios. Hoy, la aceptación de un partido o agrupación política depende más de su presencia mediática que de la seriedad y calidad de sus propuestas o programas.

Pareciera que la sociedad percibe a los políticos como actores y promotores de ideas ajenas a sus inquietudes e intereses, lo que incide en la pérdida de confianza, induciendo a la ciudadanía en la apatía y en el alejamiento de la participación política; hecho que es hábilmente aprovechado por el régimen, con sus propuestas demagógicas y populistas, que sí maneja con destreza y explota este vacío, este sentimiento de inseguridad, de incertidumbre y desasosiego, generado por el propio sistema.

Si bien es cierto que buena parte de la ciudadanía se ha declarado cansada de la manera habitual en la conducción de la política, sí es comprensible esa desidia o desconfianza ante la afirmación aristotélica de que la virtud y la felicidad de los individuos se logran precisamente haciendo política, busquemos entonces la forma de cambiar el concepto imperante de lo político con la convicción de que el hombre es realmente un zoon politikón, y dejemos a un lado esa creencia de que los ciudadanos se abstienen de la política porque ignoran pertenecer a esa especie, creencia que falazmente expresa que esos ciudadanos son felices, precisamente por su ignorancia o su proceder apolítico.

Abandonar el espacio público por apatía, desaliento o escepticismo, resulta peligroso, ya que supondría la entrega definitiva de una herramienta indispensable para labrar y lograr hacer fértil, la realidad que hoy nos ocupa.

Somos los ciudadanos los primeros responsables de hacernos cargo del momento histórico que vivimos. De nuestra capacidad, tenacidad, preparación y sabiduría para visualizar nuevas perspectivas de desarrollo y convivencia, dependerá el país que anhelamos.




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