El problema no es Trump, ni Pablo Iglesias ni el chavismo venezolano ni el Brexit. Esos son los síntomas. El verdadero problema son las sociedades ingenuas, ignorantes y banales que, por una parte se dejan llevar por sus instintos más primitivos como el odio de clase, el racismo, la intolerancia religiosa o el simple resentimiento con la vida, y por la otra se creen los cuentos de unos sujetos sin escrúpulos que prometen el paraíso –un paraíso sin ricos o sin negros o sin blancos o sin judíos o sin musulmanes o sin extranjeros o sin gente fina o con gente fina o con todos iguales o con lo que sea- para la semana que viene.
No sé si la superficialidad de lo que algunos llaman “las masas” -y yo prefiero llamar la mayoría de la gente- tiene que ver con la tecnología, los 140 caracteres de twitter, Internet, las noticias falsas y el hecho de que por cada persona que lee un libro (físico o electrónico, no importa) en una sala de espera o en el Metro (no en el deCaracas, porque ahí no se pueden desviar los ojos del entorno) hay cien que tiene los cinco sentidos en sus celulares y no precisamente consultando a los clásicos.
Tampoco sé si la banalidad era igual o peor antes de que existiera la Web, o era peor pero simplemente no estábamos tan abrumados como hoy por las innumerables fuentes de noticias. El asunto es que el populismo inmediatista, crédulo y superficial está llegando a todas partes, Primer Mundo incluido. Y el peligro es que los populistas que engañan y no tienen la profundidad de análisis que se requiere para pensar en asuntos con múltiples variables terminan por meternos a todos en crisis económicas, guerras y toda suerte de catástrofes.
Quizás el mundo, con la globalización y la tecnología, se ha vuelto muy complejo para una parte muy significativa de la población, que no entiende lo que pasa y no quiere hacer el esfuerzo por entenderlo, o no tiene las herramientas, y se refugia en sus instintos básicos buscando respuestas simples. Ahí puede que esté el meollo del problema y la contradicción primigenia: se pretende manejar un mundo cada vez más complicado con medidas cada vez más simples. Y por ahí no van los tiros. Por ahí lo único que se consigue es que gobiernen los iluminados, los carismáticos, los autócratas, los líderes fuertes; en suma, los que están menos preparados para gobernar y los que tienen más probabilidades de convertirse en dictadores.