“Me tienes, pero de nada te vale. Soy tuyo, porque lo dicta un papel. Mi vida la controlan las leyes; pero en mi corazón, que es el que siente amor, tan sólo mando yo. El mar y el cielo se ven igual de azules, en la distancia, parece que se unen; mejor es que recuerdes que el cielo siempre es cielo; que nunca, nunca, nunca, el mar lo alcanzará. Permíteme igualarme con el cielo, que a ti te corresponde ser el mar…”

En mi niñez, cuando vivíamos en La Ceiba, la rocola del Bar del mismo nombre era un suplicio para los vecinos, difundiendo los boleros del trío “Los Panchos” a todo volumen, entre otras selecciones. De tanto escucharla, me aprendí de memoria la despectiva canción.

Y ahora me viene al recuerdo, cuando al régimen le ha dado por dilapidar (como siempre lo hace) recursos de los venezolanos en el ridículo e inútil referendo del domingo pasado. 5 preguntas a unos desganados electores que, obligados, han ido a prestarse a la farsa. No contentos con haber obligado a los empleados públicos a concurrir a unas vacías mesas de recolección de votos, los han obligado a permanecer en las colas, después de haber metido sus respuestas en las urnas, para aparentar que el teatro ha tenido buena asistencia, y que la claque apoya el sainete con entusiasmo.

Si el lector, además de tomarse la molestia de leer estas líneas, también lo hizo con la sarta de preguntas del formulario, habrá notado que las 4 primeras aluden a acuerdos sobre quién es el dueño del Esequibo y quién no. Para el venezolano que no se mueve en los terrenos del Derecho Internacional, todo el galimatías debe ser bastante abstracto, por no decir incomprensible. Posiblemente no sabrá sobre qué opinó al poner “Sí” o “No” en las casillas correspondientes.Pero lo más absurdo es la pregunta sobre si uno está de acuerdo con la creación del estado Guayana Esequiba, y se les otorgue a sus habitantes ciudadanía y cédula de identidad venezolana.

El territorio en disputa es una extensión de tupidas selvas con pequeños poblados dispersos en medio de la espesura tropical, y áreas urbanizadas, donde se concentra la mayoría de la población, a lo largo de la costa, de unos 250 kilómetros de longitud. Frente a ella, enormes buques de una empresa petrolera, de más de 5 cuadras de largo, perforan pozos petroleros, extraen el oro negro y lo guardan en grandes tanques. Como cuando el boom petrolero de las primeras décadas del siglo pasado en Venezuela, la actividad de las empresas transnacionales dotará a Guyana del trampolín que le permitirá dar un salto económico, que traerá bienestar y progreso a toda la región, hasta en los más apartados rincones. Y se convertirá en otro destino más para la dura diáspora venezolana.

Siendo pocos los habitantes, la tajada para cada uno de tal bonanza será tal vez suculenta, y no les interesará tener nacionalidad y cédula venezolana, cuando ahora sólo podemos ofrecerles, a nuestros hasta ahora olvidados vecinos miseria, ignorancia y hambre, y la perspectiva de tener que emigrar en busca de un mundo mejor, que posiblemente estará en ese disputado territorio. El referendo debieron hacerlo allá, preguntándoles si desean esas nacionalidad y cédulas que los acreditan como ciudadanos de un país en ruinas. Y el sainete me ha hecho recordar a la rocola del Bar La Ceiba, con el trío “Los Panchos” y sus biliosos boleros. Si el régimen logra extender sus redes hasta la zona en disputa, seguramente allá cantarán “Me tienes, pero de nada te vale; soy tuyo, porque lo dicta un papel…”

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