No recuerdo exactamente cuándo se recubrió el piso de la Plaza Bolívar con ese feo e inadecuado pavimento del mal llamado granito, ese material que en la época de lluviasse torna resbaladizo al humedecerse, especialmente en sitios como las plazas, donde las flores y hojas caídas de los árboles, bajo la presión de las suelas de los zapatos de los transeúntes, exudan un líquido que adquiere una consistencia jabonosa al mezclarse con el agua: Resbalón y caída garantizados.

Lo más probable es que todanuestra valenciana Plaza Bolívar haya sido originalmente de tierra, con árboles y pasto alimento de animales de carga y que posteriormente, al irse convirtiendo el colonial pueblo en ciudad, se le hayan creado las veredas pavimentadas flanqueadas de bancos, que entre los espacios arbolados, servían de lugar de tertulias domingueras y escarceos amorosos.

Pero no creo que haya tenido nunca pavimento de “granito de Guayana”, habida cuenta de lo que costaría y tardaría el traslado de ese antojoso material a lomo de mula o en carreta desde tan lejos. Más barato les salía traerlo desde el Morro por la Calle Real, cruzando el Puente Morillo.

Y sigue siendo un antojo. En verdad, el estado de abandono y deterioro de nuestra plaza mayor hacía bochornoso mostrarla a propios y extraños, bastante castigada ya con la nunca suficientemente condenada demolición del edificio que sirvió de sede al Concejo Municipal. En otra situación, hubiera sido plausible el gastohecho en la obra que venía siendo prometida desde la administración del alcalde anterior al actual. Gasto que suponemos elevado. De todas maneras la restauración de la Plaza Bolívar deja de figurar en la larga lista de obras iniciadas e inconclusas, que a lo largo de 23 años han proporcionado jugosas ganancias a mandatarios y mediadores del régimen a costa del dinero de todos los venezolanos.

Pero en la columna del Debe figuran obras más urgentes que han caído en la ruina y el abandono por culpa de la mala administración pública en todos los niveles de gobierno, como lo son el mantenimiento de los hospitales, escuelas, acueductos y el sistema eléctrico nacionales, sin olvidar la vialidad y los servicios de transporte público.

Menos mal que no pasan por la Plaza Bolívar las rutas que llevan a los enfermos y parturientas desde las urbanizaciones populares hasta la Ciudad Hospitalaria Enrique Tejera. Así no sentirán más amargura que la que ya albergan en sus mentes, gracias al régimen que prefiere, como los dictadores que a lo largo de la historia han invertido más en obras suntuarias que en su gente, malgastar en circo los dineros públicos. Mejor destino hubieran tenido esos fondos dirigiéndolos a suplir las muchas carencias que tienen la CHET, los liceos y escuelas, y a la ayuda de quienes han dedicado su vida a servir al país, y en sus años de retiro reciben una mísera limosna como recompensa. Es verdad que los hospitales públicos no están a cargo de la Alcaldía, y que su mantenimiento y equipamiento corresponde a Insalud, y que aquella genera sus propios recursos,por medio de impuestosy situados, para cuidar de otros aspectos de la ciudad no menos importantes que la atención médica de sus habitantes, pero sentimos que algo anda mal cuando se invierte en el equipamiento (más bien ornamento) de las ciudades que en el bienestar y salud de los seres humanosque las habitan.

La lógica, y no el orden administrativo, nos dice que la salud colectiva está antes que las plazas con pisos de “granito de Guayana”.

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