El juego de bolas criollas fue entre las décadas del 40 al 80 el entretenimiento popular de los valencianos. Una competencia que no es de azar, que propicia la sociabilidad y uno de los pocos que permite tomar bebidas alcohólicas a sus jugadores.

Los patios de bolas, tenían una casa desde donde se despachaban las rondas de frías que después se depositaban en una gavera para pagar al final. También servían comida y en algunos se podía oír un conjunto de arpa, cuatro y maracas. Era costumbre que los perdedores pagaran las cervezas de jugadores y de mirones que, en este caso, no eran de palo.

Los patios más conocidos se iniciaron en los barrios de las parroquias céntricas que podían ofrecer un amplio terreno. Ostentaron el título de Club, una palabra de origen político que nació con la revolución francesa, pero cuyo uso obedeció a que ese nombre permitía obtener más fácilmente la patente de licores. Lejos de aquellos grupos radicales como los girondinos, el propósito de nuestros clubes era parrandear juntos sanamente.

Entre las mudanzas de Valencia de pueblo a ciudad hay que incluir el desplazamiento de las familias de nombre del centro al norte; la construcción de urbanizaciones que sustituían la casa colonial por la quinta y la aparición de los clubes como centros de conversación, baile y juegos de mesa, aunque los que nacieron hacia el norte no pudieron deshacerse de un elemento de la valencianidad, aguas abajo: el patio de bolas, aunque constreñido a una cancha de superficie lisa sin el obstáculo de árboles. Raíces salidas, hondonadas y altos. El emblema de este transformación fue, a inicios de los cuarenta, el patio de bolas del Contry Club de Valencia en Camoruco.

El mapa de los clubes populares es largo y memorable. En la parroquia La Candelaria se contaba con el Club del mismo nombre donde proliferaron jugadores de renombre. En la Av. Urdaneta, funcionaba el Club Tropical lugar de hazañas de Cheo Chagín como boche completo. Estaban también el Club de Cazadores y el Club El trueno donde descollaba un “tiro de bola” a quien se conocía como Tom y el cual pegaba un “clavao” a 20 varas de distancia. En la Urbanización Cabriales del Cementerio había dos patios de bolas muy concurridos, el de la Señora Tomasa y el de Sánchez. En ellos la figura estelar era el musiú Miguel Rubbo.

Otro gran patio de bolas fue el Club Rondón, ubicado en la calle del mismo nombre, justo en los límites entre las parroquias Catedral y San Blas, cuyo administrador era conocido como el Conejo. El Club La Veguita en La Pastora fue muy famoso y en Santa Rosa el Club Sucre donde imponía respeto el duo de Miguel, Guarapo, Estrada y Luis, gotica, Comandrel cuyo apodo se debía a su destreza para sacar bolas contrarias de espacios donde apenas se podían ver. También tuvo esplendor el Club Arvelo.

En Naguanagua uno de los primeros fue el Club Universitario donde jugaban estudiantes contra profesores y en San Diego el club del mismo nombre. El San Diego era muy concurrido, asi como el de la Firestone, donde se orgaizarn los primeros campeonatos inter-empresas.

El Club El llanero con 57 años de fundado aún mantiene como principal atracción su patio de bolas. Lo fundó el dirigente sindical de Copei, Antonio Jaspe. Otros dirigentes sindicales crearon patios de bolas como Jesús Pérez de AD con su Club campestre en el Callejón Peña Peña de la Avenida Bolívar.

Muchas personalidades siguieron asistiendo a los patios de bola sin carnet. Se puede mencionar al negro Seijas, quien fuera presidente del Concejo Municipal de Valencia quien deslizaba sus marranas en el Araguaney, el Dr. Gámez Arrieta era un boche clavao, los abogados Pedro Rivas y Carlos Aguilar eran jugadores temibles, el dirigente sindical Argenis Herrera un jugador legendario y para dar una idea del extraordinario espectáculo que es un partido de bolas podemos imaginar el encuentro no fortuito de un arrime del poeta Villariel Paris y un boche uña del diablo de Carlos Ochoa.

Medio en broma, medio en serio cerramos con una anécdota sobre un jugador que no pelaba un boche y al cual una persona que no frecuentaba el Club lo reconoció y se le acercó para preguntarle discretamente, perdone señor, pero yo lo conozco, Ud está siempre en la Plaza Bolívar con un par de muletas y una pierna envuelta en trapos. A lo que el interpelado respondió con naturalidad: Si, pero allá estoy de lunes a viernes. Los sábados me encuentra fijo aquí. Y lanzo desde su pié uno de sus famosos boches.

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