“Le apuesto 3 millones a que usted no me da ese permiso”. Lugar: Oficina del Director de Ingeniería Municipal de un distrito de la región central del país. Ha hablado el propietario de un terreno y promotor de un edificio cuyo proyecto, a juzgar por las carpetas de planos y documentos que reposan sobre la mesa del funcionario, viola descaradamente unos cuantos artículos de las Ordenanzas. “Venga a buscar el permiso en 15 días”. Posiblemente la cantidad se haya ido exagerando al pasar de boca a boca por los pasillos edilicios y los ambientes de la construcción, como una bola de nieve cuesta abajo en alguna ladera andina, pero lo cierto es que fue una manera ingeniosa de proponer un soborno: Otorgado el permiso, el propietario pierde la apuesta y paga lo convenido.

No vamos a retroceder hasta los tiempos de la colonia, cuando Carlos Palacios, tío de El Libertador, se alió con el Capitán General de Venezuela para despojar a sus sobrinos de la Hacienda de San Mateo y demás bienes, pero sí hasta los tiempos de Juan Vicente González, quien tildó de “tragalibras” a Antonio Leocadio Guzmán por hacerse de una cuantas libras esterlinas en una negociación del gobierno venezolano con el británico, y de allí avanzar a los tiempos de Castro y Gómez, cuando ellos y sus allegados se enriquecían despojando de sus bienes a quienes no les eran sumisos. Luego vendrían los años de Pérez Jiménez, cuando la consigna era “si no hay obras no hay comisiones” y el país veía surgir hoteles y autopistas por todo su territorio.

Esos fueron períodos de dictaduras, pero la apuesta antes narrada es del prechávico, cuando AD y Copei se alternaban en Miraflores, y la bonanza petrolera permitía los sobreprecios que las “comisiones” implicaban. Algunos (y al decir “algunos” se sobreentiende que no todos) ingenieros municipales se enriquecieron escandalosamente en el cargo. Al poco tiempo de nombrados ya poseían lujosas quintas en exclusivas urbanizaciones, conducían lujosos Audi, y otorgaban permisos de construcción a cambio de un apartamento o un local comercial del proyecto aprobado. Ingenuamente me dijo una vez la esposa de uno de ellos: “Él ya no ejerce; se dedica a cobrar alquileres”. Muchos, más ingenuos todavía, creyeron que con Chávez sería distinto, hasta que llegó el “Plan Bolívar 2000” y sus generales metidos a urbanizadores.

Y así llegamos hasta hoy. Hemos visto, leído y oído de todo: Tenientes con mansiones a orillas de los lagos italianos, herederos viviendo en París a todo trapo, cuentas bancarias bloqueadas, charreteras con 3 estrellas aliadas con grupos armados irregulares en el tráfico de drogas y oro, gobernadores propietarios de editoriales, sus hoteles (no de 3, sino de 5 estrellas) o tenientes, sargentos y cabos matraqueando en alcabalas piratas.

En aquellos años de alternancia democrática, un conocido fue nombrado jefe del departamento de compras de una transnacional establecida en Valencia. Menos de un año después era rico, anillo con diamante en el dedo, y estrenando una amplia casa en una exclusiva urbanización. La corrupción había también invadido la empresa privada. “Cada hijo tiene su dormitorio con su televisor”. “¿Y cuándo hablas con ellos?”. No hacía falta: el ejemplo era la lección, y la aprendieron.

De los venezolanos depende que, otra vez, vuelvan la honestidad y la decencia a la administración pública y sea el objetivo de los venezolanos, como en algunos cortos y excepcionales períodos de nuestra historia.Y eso queda en manos de los electores.

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