Una país es independiente cuando la dirección de sus asuntos públicos es determinada por un sistema institucional que tiene un fundamento y desempeño soberano, en el sentido de representar la voluntad democrática. La independencia perfecta o absoluta no existe en el mundo globalizado, pero hay una independencia fundamental que se puede y debe mantener, si se quiere que el país preserve su identidad histórica y logre desarrollar su potencial nacional, en lo político, económico y social. Esa independencia, en lo que concierne a la Venezuela del siglo XXI, ha sido vuelta añicos.

Y la crueldad en hacerlo ha sido máxima, porque la independencia ha sido destruida en nombre de una supuesta independencia revolucionaria, que no tiene nada que ver, ni de lejos, con lo que se llama apropiadamente independencia, al menos por dos factores básicos. Uno, es que las decisiones principales sobre el ejercicio del poder en Venezuela se adoptan en La Habana. Luego, la nuestra dejó de ser una patria independiente hace años; pero ojo, no de la noche a la mañana, sino con una prisa habilidosa que se impuso por las malas y las peores en el grueso de las estructuras políticas y militares de Venezuela. Dejamos de ser una República para volver a ser una colonia.

Y no sólo es Cuba la «autoridad patronal» de la llamada revolución bolivarista. Hay que contar a fuerzas importantes de la criminalidad organizada, algunas vinculadas con Estados renegados, de despliegue internacional en los más variados aspectos del mundo de lo ilícito. No hay independencia posible cuando esas fuerzas también depredan los recursos venezolanos. Y que disculpen los opositores de cartón piedra o de billete verde, nada de esto son especulaciones o exageraciones suscitadas por la ideología. No. Son hechos. Y allá los que no quieran reconocerlos públicamente.

Independencia sin soberanía democrática es una palabra hueca, sobre todo para las Repúblicas civiles que alcanzaron soberanía democrática e independencia, en los contextos propios de la globalización legal. Las últimas hilachas que quedaban de una plataforma electoral, han sido pulverizadas por el poder despótico. Nadie las reconoce, sino los que se benefician de ellas. Tales atropellos del despotismo forman parte de las más notorias expresiones del bochorno nacional. Por eso, el pasado 5 de Julio no se conmemoró el Día de la Independencia. Aquello fue una patética expresión del Día de la Dependencia.




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