En mi vida he conocido personalmente a mucha gente interesante. Privilegio que debo a una existencia larga con responsabilidades generosas en esas oportunidades. Lo agradezco. Políticos y estadistas de la más diversa idea, intelectuales, académicos, líderes religiosos, empresarios, dirigentes laborales, deportistas, artistas, científicos. Hombres y mujeres, de Venezuela y el extranjero. La mayor impresión personal me la han causado la Madre Teresa de Calcuta y Juan Pablo II, ambos ya en los altares. Hoy, cuando hemos tomado decisiones importantes y deberemos tomar más en lo adelante, quiero dedicar estas líneas a un grande latinoamericano, con quien pude compartir varias veces y siempre, cerca o lejos, aprender de su sensatez alimentada por un sentido ético de la política y un agudo realismo, lo que le permitía, según pauta mounierana, adaptarse a la realidad sin instalarse en ella. A Patricio Aylwin Azócar, primer presidente de la transición chilena a la democracia.

De Don Patricio abundan los conceptos inteligentes y la fidelidad a los principios, pero sobre todo los testimonios de vida política, gubernamental y personal. Releo su libro El Reencuentro de los Demócratas, cuyas páginas cuentan su versión del trozo de historia que protagonizó. Recién se ha publicado su obra póstuma La Experiencia Política de la Unidad Popular 1970-1973, presentado en la Universidad de Chile, donde fue profesor. Al acto asistieron el Presidente Boric y la expresidenta Bachelet, porque los chilenos van rescatando tradiciones de civilidad acaso extraviadas pero no perdidas, a las que puede recurrirse cuando hace falta.

Un día le pregunté si no era muy difícil tener a Pinochet de Comandante del Ejército y me dijo: sí, es difícil pero también para él, porque ese cargo no es compatible con el de jefe de la oposición. En una democracia que renacía poblada de amenazas, presionada por las fuerzas impacientes de la aceleración y las fuerzas regresivas del frenazo, en medio de reclamos válidos y riesgos ciertos Aylwin se comprometió a trabajar por la verdad y la justicia “en la medida de lo posible”.

No era un cínico, tampoco un conformista. Era un político ético, con suficiente conciencia de la realidad para entender las dificultades en las que conducía a su pueblo de regreso a la libertad por un camino angosto, accidentado, roto, con poca visibilidad, muchas curvas y pavimento resbaladizo. En estos casos, audacia y prudencia se ayudan mutuamente.

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