Se dice rápido. 7,1 millones de personas. La población entera de un país como Paraguay. Según la plataforma R4V (Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes), es el número de venezolanos que han salido de su país para buscar mejores condiciones de vida en otraparte. Una cuarta parte de la gente que había en Venezuela, que en algún momento fueron 30 millones de habitantes.

Hace más de 20 años que Venezuela se volvió un origen, después de muchas décadas de ser un destino. El chavismo se dio a la tarea de complicarle la existencia a todos hasta que, de a poquito en los primeros tiempos y por millones en los últimos años, los paisanos se han visto obligados a salir, como sea, de un país que no les ofrece nada y quiere quitarles todo. Las imágenes son terribles, el éxodo es incontrolable; la gente escapa de una guerra de baja intensidad (pero guerra al fin) que ha emprendido una dictadura contra los que alguna vez formaron parte de una República.

Por supuesto que la emigración no comenzó ayer ni el año pasado. Desde el triunfo de los revolucionarios en las elecciones de 1998 comenzó el goteo de gerentes, académicos, empresarios y profesionales de todo tipo que vieron venir la calamidad que finalmente llegó. Esos adelantados se ocuparon en planificar ordenadamente su salida, buscar chamba donde la hubiera –México, Colombia, Arabia Saudita, Kuwait, EEUU- y pudieron salir del terruño con un contrato de trabajo bajo el brazo y la compañía de su familia. El flujo lento y controlado aumentó de forma puntual y significativa luego de eventos como el despido de 20 mil petroleros en 2002 o el triunfo de Chávez en el referéndum revocatorio de 2004.

En 2013 comenzaron a caerse los precios del petróleo y se le acabó la manguangua al chavismo. La siembra de vientos que llevaba 13 años de expropiaciones, controles, censura, falta de libertades y brujería económica cosechó la tempestad que le tocaba. En 2014 el PIB se cayó 4% con respecto al período anterior y ya el desmadre no se detuvo (el PIB de 2021 fue la cuarta parte del de 2014). Y así continúa hasta hoy. Enel año 2015 salieron 700 mil personas y ya para principios de 2018 los emigrados totales se calculaban en 3 millones. De hace unos 6 años son las primeras fotos de exilados caminando por los páramos andinos o sobrecargando un peñero para llegar hasta donde pudieran o donde los dejaran entrar.Hoy, las imágenes del extremo cruce del Darién son las más frecuentes, a medida que los venezolanos desvían la ruta para entrar a EEUU en lugar de dirigirse a América del Sur.

Venezuela pasó de ser la nación privilegiada del continente -la que le quitó el hambre a cientos de miles de europeos después de la segunda gran guerra y recibió en los 70 y 80 a los que escapaban de las dictaduras en América Latina- a convertirse en la fuente de esa gran masa de gente –refugiados, exiliados o simplemente migrantes- que buscan en otras tierras lo que la suya no les ofrece, llámese comida, medicinas, techo, seguridad o simplemente trabajo. El problema es que los países receptores se han ido saturando y han comenzado a rechazar a los venezolanos o a endurecer los requisitos de entrada, como sucedió hace días con la decisión del gobierno de JoeBiden de aplicarles el Título 42.Esas restricciones automáticamente convierten en parias a los que buscan refugio y los deja sin opciones, como no sea quedarse en el camino a vivir de lo que se pueda.

Así las cosas, el juego se tranca y los migrantes que salieron de Caracas, del Zulia o de cualquier parte de la geografía nacional lo tienen muy complicado. Y de nada vale invocar al régimen para que meta la mano porque la revolución está muy satisfecha de que la gente se vaya. Como dijo hace poco el ministro del Interior sobre los periodistas en la tragedia de Tejerías: “así no estorban”.




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