No vale la pena ponernos a hacer un recuento sobre lo ocurrido en Venezuela en lo que va del siglo, que ya lleva más de 20% de vida. Ni sobre cómo el país entró en vertiginosa picada social y económica ya a fines de la pasada centuria. Mucho se ha escrito y comentado sobre eso por personas más versadas en asuntos de política, economía y sociología.

Ni vale la pena ponernos ahora a echarle la culpa a quienes escogieron tan fatal ruta para llegar a donde y como estamos. Todos somos inocentes: los menos, por haber votado por otra opción mejor, los más, porque cayeron en la trampa por eso: por inocentes.

Pero nunca olvidaremos cómo un charlatán con uniforme, valido de un silbato, acabó con PDVSA. Y digo “silbato” por no decir el sinónimo que en otros países es palabra equívoca.

Nunca olvidaremos cómo Venezuela dejó de ser “Agroisleña” para convertirse en “Agropatria” en dimensión nacional. Los que habían alcanzado uso de razón cuando eso, saben a qué nos referimos.

Nunca olvidaremos como un envalentonado Loyo, revólver al cinto, acabó con la agricultura y la ganadería. Algún día la Plaza de Irapa se llamará Franklin Brito.

Y nunca borraremos de nuestra memoria la epopeya de millones de venezolanos huidos del país ante la imposibilidad de poder asegurarse dentro de sus fronteras una vida digna, con la garantía de cobertura de nuestras necesidades básicas.

También recordaremos para toda la vida el sainete montado tras la destitución de Juan Guaidó como presidente interino, sin nombrar un sustituto que continuara representando a los venezolanos, tras el desconocimiento por parte de los países democráticos del ilegítimo Maduro, en la lucha por asegurarle al país una representación diplomática decente, la conservación de sus bienes y, también importante, la imagen de una Venezuela donde no todo es corrupción, ruina, opresión y tortura.

Ahora nos enfrentamos a un caos migratorio, con millones de venezolanos repartidos por el mundo sin representación que los apoye y ayude en su miseria errante. De todas partes llegan noticias sobre hombres, mujeres y niños desesperados ante la falta de cobijo, alimentos y trabajo, cayendo en el delito y la prostitución. Algunos venezolanos en Chile han llegado al punto de obtener créditos bancarios con argumentos falsos, para comprar boletos aéreos e irse, como dice el refrán “con la cabuya en la pata”. En Perú y otros países son mal vistos y se les niega trabajo o ayuda, al hacerse general la imagen de los venezolanos como malhechores, por los pandilleros que han instalado sucursales de sus bandas mafiosas fuera de nuestras fronteras.

Ahora se discute sobre quién será el candidato de oposición para enfrentarlo al chavismo en las próximas elecciones presidenciales. Una entrecomillada oposición, conformada por un racimo de auto elegidos líderes, perdidos en un desierto y sin saber a dónde ir, discuten si el medio de transporte será bicicleta o avión. Mientras tanto, el pueblo sigue como adormecido, muy ocupado en conseguir alimento, medicinas, gasolina, agua, alumbrado, educación para sus hijos. Esto, lamentablemente, en último lugar.Y, mientras se pregona que el régimen es inconstitucional y que Maduro es un usurpador, cuando vamos a renovar la cédula, a sacar la licencia de conducir, pagar un peaje, presentar a un recién nacido o pagar un impuesto, debemos a acudir a un ente público cuyos funcionarios siguen una cadena de mando con el otro extremo en la garra del “usurpador”. Tal vez sea una buena idea dejar de hacerlo.




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