El cantante lírico que puso el nombre de Venezuela en el mapa musical, Alfredo Sadel, no fumaba, bebía con mucha moderación y fue afectado por el sobrepeso durante una buena parte de su vida. Pero la enfermedad iba minando su existencia. El 28 de junio de 1989, a las 4:20 de la madrugada, falleció el ídolo de la canción a los 59 años a consecuencia de un cáncer en los huesos.
Coincidió su muerte con el Día Nacional Del Teatro y se suspendieron los actos alusivos a ese día, además se decretaron dos días de duelo y fue declarado Post mortem “Hijo Ilustre de la Ciudad de Caracas”.
Para el momento de su entierro una multitud conmovida lo acompañó recorriendo la ciudad hasta la gobernación de Caracas.

¿Quién fue Alfredo Sadel para el Mundo?

Desde su primera presentación en público en el Nuevo Circo de Caracas en 1947, cuando todavía no había cumplido los 18 años de edad, Alfredo Sadel impresionó por su portentosa voz de tenor y su estampa de galán cinematográfico. Lo tenía todo para triunfar y él estaba consciente de ello, de allí que aprovechó las oportunidades que se le presentaron para saltar del estrellato en Venezuela al éxito internacional, un camino que comenzó a recorrer en 1951, cuando es contratado por la RCA Victor para grabar en Nueva York.
Antes de aquella actuación en el Nuevo Circo, ya había ganado no poca popularidad a través de programas radiales tan sintonizados como La caravana Camel y Fiesta fabulosa. También grabó el primer disco fabricado en Venezuela, con la canción Diamante Negro, compuesta por él y uno de los hitos de su repertorio, así como el bolero Desesperanza, que le escribió María Luisa Escobar. Además, había participado en las películas Misión atómica -junto a Amador Bendayán- y Flor del campo.
Con este bagaje, Sadel viaja a Nueva York y sus primeras grabaciones con la RCA Victor las hace bajo la dirección musical de Aldemaro Romero, otro venezolano que en esa época comenzaba su proyección internacional desde aquella ciudad. Paralelamente, se presenta en el Chateau Madrid, el cabaret por donde pasaban las luminarias hispanoamericanas más famosas de entonces. Su éxito fue tan resonante, que estuvo allí durante tres meses.
Tal acontecimiento llamó la atención de Ed Sullivan, el animador más importante de la televisión estadounidense, quien lo invitó para una de las emisiones de su show diario, que se transmitía de costa a costa. Allí, el tenor venezolano interpretó el clásico italiano Matinata, con arreglo de Aldemaro Romero, episodio que aparece en el excelente documental Alfredo Sadel: aquel cantor (1999), dirigido por Alfredo Sánchez, hijo del vocalista.
Luego vendría la consolidación de su idolatría en la América de habla hispana. Se presenta por primera vez en Cuba en 1955, en donde se volvieron locos con él y prácticamente se rindieron a sus pies. Tuvo su propio show de televisión, hizo Mi canción y Fiesta latinoamericana, elepés que rompieron todos los records de difusión y ventas establecidos para entonces para un artista de esta parte del Continente, y hasta grabó a dúo con el gran Benny Moré el bolero Alma libre.
En México no tardó en ser ídolo de multitudes, así como también en Colombia, Argentina, Puerto Rico, la República Dominicana y el resto de Latinoamérica. En la nación azteca hizo numerosas películas que refrendaron su popularidad.
Cuando en 1961 decide -en plena cúspide de la fama- dejar la canción popular para dedicarse al bel canto, iniciaría en esta faceta otra racha de éxitos internacionales, en escenarios como el Carnegie Hall de Nueva York, el Teatro Colón de Buenos Aires, el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México y la Scala de Milán. Es el primer venezolano en cantar en la desaparecida Unión Soviética, donde hizo frecuentes giras como intérprete de óperas como La Bohème, Tosca, Rigoletto y La Traviata.
Sin duda, Alfredo Sadel fue nuestro primer ídolo de exportación, con una carrera fulgurante y eminente, dentro y fuera de Venezuela, y sigue presente tanto hoy como ayer en miles de corazones latinoamericanos.




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