Asesinos de risas

Olga Elena de González no recuerda las caras de nadie. Ese día lloraba, se secaba las lágrimas, respiraba profundo y trataba de mantener todo bajo control. Estaba sentada en la acera, justo al lado del cuerpo de su esposo asesinado minutos atrás luego de recibir varios disparos de las armas de policías. No entendía lo que había pasado y aún sigue armando piezas para descubrirlo. La única certeza que tiene es que ya no está con ella quien le sacaba sonrisas espontáneas, esas mismas que ahora, de forma más tímida y con la tristeza en sus ojos, se forman en su rostro al hablar de Leo, cuya muerte no solo la transformó a ella, también matizó de gris la vida de sus vecinos.

“27 de julio”, dice sin titubear. Es una fecha que no olvidará nunca. Fue ese día cuando por última vez rió a carcajadas y desde el alma junto a su esposo, a quien vio activo como siempre en la cancha de Los Guayabitos, en Naguanagua, en una actividad junto a los niños de la zona durante la segunda jornada de paro cívico convocada por la oposición. Ella pasó por ahí de regreso de su trabajo a buscar las llaves de la casa. “Las mía las olvidé y ahora me castigo por eso. De no haberle quitado las de él quizás estaría vivo ahorita”, relató con un profundo sentimiento de tristeza que su voz no puede ocultar.

Estaba haciendo unos patrones de costura para un curso en el que se inscribió, cuando escuchó los disparos. No sabe con exactitud cuántos, pero sí que fueron varios. Pensó en Leonardo. “Él me había dicho, al despedirnos en la cancha, que iba a buscar la comida para todos los que se mantenían en la calle, porque era el encargado de la logística de la alimentación”. Le mandó un mensaje: “Gordo, ¿Estás bien?”. Esperó largo rato por una respuesta que nunca llegó.

Al poco tiempo varios vecinos tocaron a su puerta para preguntarle por Leo. Ese fue el primer indicio de que algo había pasado. Comenzó a llamarlo pero su teléfono estaba apagado, así que insistió con las personas que estaban con él, quienes coincidieron que todos estaban bien. “Me dijeron que la policía los reprimió pero que habían logrado correr y resguardarse”.

Pero Leonardo González era distinto al resto. Al llegar la comisión de la Policía de Carabobo a disparar en la avenida Valencia, donde estaban concentrados los vecinos de Los Guayabitos, muchos corrieron, y él, como quienes andaban en sus vehículos, prendió el suyo para salir del lugar. Vio por el retrovisor lo que sucedía y observó a uno de los jóvenes que protestaban en el sitio solo, indefenso, y se devolvió a rescatarlo. “Fue por eso que los uniformados lo persiguieron”.

NO ERA UN LADRÓN, ERA LEO

Mientras eso sucedía, Olga Elena salió de su casa y vio a gente corriendo hacia el Club Guayabal. “Pregunté qué pasaba y me dijeron que la policía mató a un delincuente que iba a robar en el club. Como yo no tengo ladrones en mi casa me devolví, no era de mi interés. Pero logré ver una unidad de la Policía de Carabobo con no menos de 20 funcionarios en la parte de atrás, y cinco motos”.

No pasaron tres minutos cuando otra vecina tocó a su puerta. “Me preguntó si yo reconocía el carro de Leo y le dije que sí, que incluso me sé la placa. Y me respondió: Vente conmigo”. Mientras caminaba, Olga Elena no se imaginaba que la imagen que tendría frente ella sería la de su esposo muerto, tirado en el piso, a un lado de la calle por la que a diario pasaba con él entre risas.

Vio el vehículo en la esquina, pero no se percató de los disparos ni de los cauchos espichados por las balas. Cruzó el cordón policial y vio a Leonardo en el piso, de espaldas. “Lo primero que dije es por qué lo tenían ahí como un delincuente. Todavía no me había dado cuenta que estaba muerto”. Fue un funcionario quien, con una seña, la hizo evaluar mejor el escenario y, al detallar que tenía un tiro en la espalda, lo entendió.

Fueron varios disparos los que recibió Leonardo tras ser perseguido por uniformados de la Policía de Carabobo, a los que se unieron uniformados del cuerpo de seguridad de Naguanagua, pero fue justo ese, el de la espalda, propinado por un policía municipal, el que le quitó la vida. “Mi nivel de raciocinio no lo podía entender, porque ni en las películas de villanos existe el concepto de dispararle a alguien por la espalda y nadie me explicaba”.

Olga Elena recuerda ese momento y no solo se le quiebra la voz, también lo hace su alma, y demuestra que su vida está igual de partida. Vuelve a respirar profundo, como lo hizo ese mediodía del 27 de julio. “Pensé de inmediato lo que tenía que hacer”. Le dijo a alguien que llamara al Foro Penal Venezolano y a un fiscal del Ministerio Público. Fue así, como en medio su gran dolor hizo lo que debía. “No dejé que lo movieran, que nadie lo tocara, porque ya habían querido difundir que habían matado a un delincuente, y si lo movían le iban a sembrar algo”.

Entre el llanto de los vecinos, los insultos a policías, la indignación de Los Guayabitos, Olga Elena trataba de contener sus lágrimas y le insistía a los funcionarios que le pedían recoger el cuerpo que no lo permitiría hasta que el procedimiento legal se cumpliera, con testigos incluidos. “Y así fue. Ante todos y en acta quedó en evidencia que en la maleta del carro de González solo había comida, unas chupetas, arepas y avena. Y en sus bolsillos: Caramelos.

NOTICIA FUERA DE LAS FRONTERAS

De pronto todo se detuvo para ella. Pensó en las tres hijas de Leo que viven en el exterior. “Cómo le explicaba yo a sus hijas que a su papá lo habían matado, eso no lo asimilaba, era el único pensamiento que me venía, cómo les explico, cómo las llamo”. La última vez que Leonardo las vio fue dos meses antes de morir, en un viaje para el que tuvo que vender su moto y pagar el pasaje para poder estar en la graduación de una de ellas.

El plan que se ideó, aún estando con su esposo en el piso, fue comunicárselo primero a la mamá. Pero la noticia traspasó fronteras. “Una de sus hijas se enteró de manera inmediata por las redes y me llamó. Yo solo le repetía que me pasara a su mamá porque no sabía cómo explicarle que su papá estaba junto a mi, pero muerto”.

Al estar las tres en pleno conocimiento de lo sucedido, lo primero que pidieron fue venir a Venezuela. Querían despedirse de sus padre. Pero no fue posible el viaje y a través de videos, dos de ellas exigieron ver el cuerpo de su papá dentro de la urna en la funeraria.

DE LAS RISAS A LAS MALAS CARAS

Para Olga Elena no fue un día lo que le cambió la vida, fue un instante. Las risas, momentos de felicidad y compartir alegre con su esposo se transformaron en días de ir y venir, entre tribunales y la lucha constante con funcionarios públicos que usan la corrupción como arma, y sus malas caras

Admite que se ha desesperado, pero así como el 27 de julio, trata de mantener la calma para tomar las mejores decisiones en este proceso que le ha tocado enfrentar. “A veces  siento que las investigaciones van muy lentas”.

Algo que no entiende es cómo en un procedimiento donde participaron más de 40 funcionarios, entre Policía de Carabobo y de Naguanagua, hoy solo uno esté preso. “Me parece que hay un tema de querer calmar las aguas y no se ha actuado  con la celeridad adecuada, hay evidencias, fotos, testigos que vieron la persecución y que hasta el momento solo haya un detenido, y el carro de mi esposo tuvo más de 12 impactos de bala, es ilógico”.

Olga Elena ha estudiado cada detalle de lo sucedido ese día. Logró tener acceso a los reportes de guardia de los cuerpos de seguridad, en los que determinó que había más de 40 uniformados asignados a esa hora en la zona de Los Guayabitos, y que el funcionario de mayor edad en el procedimiento tiene 34 años. “La indolencia nos está acabando, la demuestran funcionarios que portan placa, revolver y uniforme sin estar preparados. Ellos no le dan valor a lo que conocimos en las comiquitas, ese personaje que el niño quería ser. No tienen formación, no saben controlar sus emociones y disparan a diestra y siniestra”.

También supo, a través del relato de un testigo, que Leonardo se bajó de su vehículo ya herido, con las manos en alto y se montó en la moto con un policía para que lo llevara a una emergencia. “Pero no lo hizo. Lo bajó de la moto y dejó que muriera. No sé quién es más responsable, si quien le disparó por la espalda, o ese que no lo ayudó”.

LA VIDA POR JUSTICIA

Olga Elena conocía bien a su esposo. Tenía 13 años junto a “doctor cotillón”, como lo conocían en Doctor Yaso. Sabía que si el asesinado hubiese sido el joven de 18 años por el que se devolvió ese mediodía, no habría vivido tranquilo más nunca. “Eso lo hubiese destrozado”.

Ese es uno de los significados que le ha encontrado a la pérdida repentina de Leo. Así afrontó la muerte de su hija de ocho años por dengue hemorrágico, de cuya depresión salió poco a poco al conocer a Leonardo. “Ahora creo que todo lo que aprendí con él en ese momento me ayuda a tener serenidad para darlo todo, incluso mi vida si es necesario, hasta conseguir justicia”.

Ella no evita pasar a diario por el lugar donde cayó Leo. Lo hace aunque le duela. Ha tratado de enfrentarlo todo. “En estos días fui a desayunar en la arepera del sector, donde mi esposo entraba siempre saludando y echándole broma a todos, y aunque me preparé psicológicamente no pude evitar llorar. Es muy duro estar sin él, porque todo lo hacíamos juntos. Cada decisión, desde la más simple a la más trascendental la tomábamos en conjunto”.

Olga Elena es una mujer fuerte y serena a la vez. Sabe mantener el equilibrio en su vida, aunque desde el asesinato de Leonardo le falta el contrapeso de un lado. Está muy clara en su objetivo desde ese 27 de julio: Justicia. “No dejaré de denunciar, de investigar, de contar la historia de mi esposo. Y a todas las madres y familiares a las que les han arrebatado a un ser querido, solo por protestar, les digo que hagan lo mismo. Se que hay temor porque es evidente que hay funcionarios involucrados en todos esos hechos, hasta gobernadores y el presidente. Pero eso no debe importar. Si lo último que voy hacer en mi vida es dar esta declaración, lo hago con orgullo, porque mi esposo se lo merecía”. Una vez más lloró, se secó las lágrimas, respiró profundo y siguió adelante.

@DayriBlanco07




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