La población rohinya que huyó de la violencia, la pobreza extrema y la inseguridad alimentaria sigue experimentando una «alta tasa de desnutrición en los campamentos». Foto: EFE.

«No quiero volver a vivir con miedo», dijo con firmeza Anwara Begum, sentada sobre la alfombra que cubre el suelo de tierra de su cabaña. Tiene 40 años y junto a ella está su hija Mohsena, de 20, que sostiene a su hijo sobre sus rodillas. Es el primer nieto de Anwara, nacido apenas tres días antes de que tuvieran que huir con lo puesto de su hogar en Myanmar.

La familia es de etnia rohinya, una minoría musulmana en un país predominantemente budista, donde sufren constantes violaciones de los derechos humanos. Las acciones llevadas a cabo por el ejército y civiles birmanos han sido calificada de genocidio por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y supuso múltiples masacres, violaciones y la quema de las viviendas de la población rohinya.

El marido de Mohsena es una de las víctimas. «Los soldados se lo llevaron junto a otros hombres a una escuela vecina y ahí los mataron. Nunca tuvo la oportunidad de conocer a su hijo», relató ella. Al igual que las decenas de miles de personas que han huido de sus hogares, el bebé es apátrida, no es reconocido como ciudadano birmano por su país, y tampoco tiene el estatus de refugiado en Bangladesh.

El viaje a la frontera con Bangladesh fue largo, de 10 días, lo que supuso un verdadero desafío para Mohsena, que acababa de dar a luz. «Con dificultad para moverme y sin recuperarme del parto, viví una experiencia horrible al cruzar el río a pie con mi hijo cerca de mi piel, para mantenerlo caliente y callado», explicó, después de un trayecto en el que «la gente estaba hambrienta».

Al otro lado de la frontera, en Kutupalong-Balukahali, Anwara mira el futuro con incertidumbre, pero con la paz que le da el saber que, ahí, nadie las va a atacar. «Me siento libre en comparación con mi vida en Myanmar, pero, como madre, me siento desesperada. No pasa un día sin que piense en mis hijos y mis nietos. ¿Qué tipo de vida les espera? Es un dolor constante, un pensamiento que siempre está en mi mente», reflexionó.

Un campamento masificado

El mayor campo de refugiados del mundo «Más de 1,1 millón de refugiados rohinyas se encuentran hacinados al este de Bangladés», detalla a EFE el delegado de Acción Contra el Hambre en Navarra, Euskadi y La Rioja, Iñaki San Miguel, que especifica que «Kutupalong-Balukahali ya es el campo de refugiados más grande del mundo».

La mayoría de la población refugiada rohinya vive en campamentos superpoblados, en frágiles refugios en medio de llanuras aluviales y colinas propensas a deslizamientos de tierra, donde «las condiciones de vida son insalubres y muy graves: las alcantarillas están abiertas, la comida es escasa y las enfermedades abundan».

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A su más que precaria situación hay que sumarle «las inundaciones estacionales del monzón», que «amenazan gran parte de los campamentos». «También están mal preparados para los poderosos ciclones que suelen azotar las costas de Bangladesh entre mayo y octubre, que provocan múltiples deslizamientos de tierra, dañando refugios y letrinas».

San Miguel también alerta sobre el problema de la salud mental. «La pérdida de seres queridos, la ansiedad, y la incertidumbre sobre el paradero de sus familias generan un trauma abrumador, lo que, sumado a las tensiones diarias del desplazamiento, incluyendo hambre, desempleo, enfermedades y carencia de áreas recreativas, surgen problemas de salud mental como la depresión», explica.

Crisis climática y desnutrición

Sin embargo, la población rohinya que huyó de la violencia, la pobreza extrema, el analfabetismo y la inseguridad alimentaria sigue experimentando una «alta tasa de desnutrición en los campamentos». «Necesitan acceso regular a alimentos y agua potable para sobrevivir y mantener su vida diaria», apunta San Miguel.

En Bangladesh, el 31 % de los niños menores de cinco años sufre retraso del crecimiento, mientras que el 24 % de las mujeres de entre 15 y 49 años tiene un peso inferior al normal, «lo que aumenta el riesgo de mortalidad materna e infantil». «A las causas de la desnutrición se suman las catástrofes naturales y el cambio climático, que perjudican las cadenas alimentarias y la seguridad alimentaria de la población», manifiesta.

«No hay que olvidar que Bangladesh es uno de los países más vulnerables al cambio climático, y el número de desplazados por el alza de las temperaturas en la nación asiática podría llegar incluso a los 13,3 millones en 2050, de acuerdo con un informe del Banco Mundial», por lo que «es necesario ampliar la protección contra catástrofes y cambiar a una agricultura resistente al clima».

Ahí, el 80 % de las enfermedades se vinculan al agua contaminada, por lo que «es crucial que las comunidades accedan a agua de calidad, gestionen su uso adecuadamente y cuenten con infraestructuras de saneamiento para prevenir enfermedades, como el cólera, a través de prácticas como lavarse las manos».

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Por eso, «Acción contra el Hambre atiende las necesidades de 458 mil personas en nutrición, agua, saneamiento, lucha contra el cambio climático y más, gracias al trabajo de 180 personas, mayoritariamente locales».

EFE da visibilidad a esta acción solidaria, con la colaboración de Acción Contra el Hambre, que ha aportado su experiencia y testimonios, dentro del proyecto ‘Inolvidables’, una iniciativa de la Fundación Caja Navarra para re-informar a la sociedad sobre las crisis mundiales, aún latentes, de las que ya poco (o nada) se habla.

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