“Como ves, los romanos no solo nos legaron el derecho, sino que también el populismo (el pan no se bota y tampoco el voto). La frase nos resume bien: nos mantienen tan ocupados buscando el pan de cada día, que hemos perdido el interés por la causa del hambre. Dependemos de las migajas que caen del banquete del emperador, ¿quién se atreverá a rebelarse? Afortunadamente el mismo que nos arrebata tu presencia es generoso en el circo que nos marea y confunde. Tanto que a veces cuesta creer que este es el mismo pueblo que “el yugo lanzó”.

(Carta de despedida al pan)

 Laureano Márquez.

 

 

“El pueblo, del que en otro tiempo dependían el gobierno, la justicia, las fuerzas armadas, todo, ahora se desentiende y sólo desea con ansia dos cosas: pan y circo». Así se expresaba hace 2000 años Décimo Junio Juvenal, poeta satírico. «Al pueblo, pan y circo» -Panem et circenses- resume la política que los emperadores romanos utilizaron para mantener a los ciudadanos tranquilos o lanzar cortinas de humo sobre controversias o escándalos relacionados con el Imperio.

En efecto, la manipulación de las masas es un viejo arte del que se valen los regímenes totalitarios para oprimir y mantener el poder.

Ya lo habíamos comentado, pero se hace menester reiterarlo: tenemos por gobierno un sistema perversamente demagógico que, en lugar de resolver los problemas sociales en la práctica, los crea, los estimula o los prolonga para medrar con ellos.

De manera irresponsable ha venido ofreciendo derechos imposibles de satisfacer y esperanzas irrealizables; tal vez con la presunción totalitaria que indica que la mentira es políticamente más eficaz que la verdad, el mito más popular que el argumento, y el sentimiento más admitido y compartido que el raciocinio y la verificación.

No hace ningún intento este régimen para convocar a la razón y al juicio, sino a las emociones y sentimientos del «soberano» que espera una mesiánica reivindicación, al parecer siempre traicionada y postergada. De este modo, canaliza las tremendas esperanzas y deseos de cambio -a pesar de 18 años de promesas- de muchos ciudadanos que ingenuamente esperan una respuesta a sus angustias.

No estamos muy alejados de la realidad que nos ofrece la historia, al comparar la ignorancia que hoy campea con el alborozo de la plebe romana, cuando pedía pan y circo. Ahora, a dos milenios de aquella sentencia de Juvenal, henos acá, en un pobre país rico, en el cual, el circo del absurdo es de función permanente, lo vemos cada vez más deteriorado: les crecen los enanos y se les caen los trapecistas. Los remiendos en la carpa ocupan más espacio que la misma lona. Y ahora los payasos no hacen reír sino llorar.

Cerrar por ejemplo, la arteria principal de nuestra ciudad, para dar una  función regatonica-circense de muchos miles de dólares, nos invita a pensar cuando  podría ese realero para solventar o minimizar tan evidentes problemas…y ese circo  se repite en todo el país, en mayor o menor escala, pero circo, en fin de cuentas.

De campaña en campaña en campaña  se le va la vida a la élite que desgobierna,  de rumba en rumba, mientras el país se empobrece a paso de perdedores, de revolución fallida. Mientras «el soberano», irredento «hombre nuevo», busca saciar su hambre en la basura que va dejando la  otrora clase media…  ahora convertida en «media-clase».

En cuanto al pan, hoy hay hambre porque hay desabastecimiento y escasez. Hay escasez porque no hay producción. Y no hay producción porque la mayoría de las empresas que producían fueron expropiadas…y eso no causa gracia sino hambruna.

Si bien la palabra  hambre se utiliza en un sentido social y mucho más concatenada con la condición de extrema pobreza, miseria y desnutrición,  el efecto del hambre o de ausencia de alimento en el organismo es una de las sensaciones más básicas no sólo del ser humano sino de cualquier ser vivo, y esta, más que una sensación, ha pasado a ser una terrible realidad que afecta  a más del 60% de los compatriotas venezolanos.

Ahora bien, si la enfocamos como un problema social, entonces su solución también será social.

La única receta para que un país prospere en forma sostenida es «cuando lo que se da, se recibe y se puede reintegrar». Si nada más se da infinitamente y se recibe sin posibilidad de retorno, no será posible una economía en crecimiento. La verdadera justicia sólo es un hecho cuando se puede «reintegrar multiplicando lo recibido» porque se ha desarrollado la persona intelectual y moralmente y se es capaz de iniciativas y de responsabilidades. Capacitar, dar trabajo y oportunidad a quien de veras lo desea es la verdadera justicia económica.

La verdadera justicia consiste en acortar la distancia entre lo que el ciudadano necesita y lo que puede aportar, ayudando a la persona a ser productiva, participativa y responsable.




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